APUNTES 219 acom El otro, que parecía ser un rudo ganadero, requirió el revólver y le gritó al poeta. Para usted también hay. y para su madre!
Rivera dio un rugido, le clavó las espuelas ferozmente al caballo que, encabritado, saltó sobre el grosero gañán y lo arrojó sobre la yerba como un pelele. El valeroso cantor de la selva se apeó y, ya con su revólver en la mano, le dijo al otro. Voy a darte diez latigazos en la cara: uno por esta pobre india; otro por todos los indios a quienes habrás maltratado, y otros ocho por mi madre.
Dicho esto, esgrimió el látigo que, al caer sobre las mejillas del palurdo, le dejó una huella roja.
El hombre lanzó un grito que devolvieron los ecos nemorosos. Rivera alzó el brazo y otra vez el látigo pintó una serpiente de fuego sobre la mejilla del gañán. Este se arrodilló, juntó las manos en imploración y dijo. Perdóneme, señor. El poeta guardó su revólver, recogió el del azotado, se lo entregó y le dijo tranquilamente. Tóme su revólver y asesineme por la espalda si quiere. Le perdono los otros ocho latigazos en nombre de mi madre.