APUNTES 215. No podemos pegarnos usted y yo en la esquina porque no somos avisos.
Una caja de colores. Don Tomás Pardo Rivadeneira era un caballero bogotano que pertenecía a una de las más honorables familias de la capital.
Existió el señor Pardo en aquellos buenos tiempos en que mucho más que ahora el ingenio se daba silvestre, y las salidas chispeantes surgían a porrillo.
Ni que decir hay que el espíritu burlón de don Tomás le dictaba a cada paso oportunas agudezas y no pocas guasas que eran el regocijo de sus compañeros.
En aquella época que el Indio Uribe calificó de «tiempo de la avalancha métrica» todos sabían hacer versos. Se me dirá que hoy también; pero hay que distinguir: en aquellos tiempos todos sabían hacer versos y hoy todos los hacen, aunque no lo sepan, lo que no es lo mismo, y así sale ello.
Estaba una vez el señor Pardo Rivadeneira de paseo en la hacienda de Peñalisa, en compañía de su intimo amigo el ilustre publicista Aníbal Galindo, y determinaron venirse una madrugada en canoa, río abajo.
Eran apenas las cinco de la mañana, en una de esas mañanas de diciembre en que el amanecer de tierra caliente es una orgía de colores, un derroche de luz y una profusión de claridades.