APUNTES 211 de la República como si cada uno de ellos fuese un Marco Polo, un Herodoto, un Gulliver.
En aquella época Jesús del Corral tenía unos veinte años, era un muchacho rico y había venido a darse un filito de Bogotá. De modo que no tiene nada de extraño que, aunque no fue nunca dado a la parranda, les arrimara el hombro a los bailes de candil, a los piquetes bien regados y a las jiras en que Hebe y Momo dan de sí lo que pueden.
Una noche andaban de bureo Jesús del Corral, Julián Páez, Manuel Uribe Velásquez, Julio Flores y Julio Galofre, y al pasar por una casa de dos pisos oyeron que en el piso alto sonaba música. Qué sucede aquí. preguntó del Corral. Este es un bailadero contestó Páez. Pues entremos agregó Uribe Velásquez, que se hallaba siempre presto a echar una cana al aire. Entremos repuso Galofre. y van a ver una cosa curiosa. Qué es ella. preguntó Flores. Que para entrar a ese salón de baile hay que pasar por una agencia mortuoria que se halla en el piso bajo.
Entraron y, efectivamente, antes de tomar la escalera que conducía al salón de baile, tuvieron que atravesar una agencia mortuoria.
Los ataúdes, recostados contra los muros, parecían aguardar a que las parejas terminasen la danza para acogerlas en sus cuencos sombríos.