Apuntes Apuntes 129 partes, resultaria imposible para mi ha sido más generoso conmigo que las mujeres. Lo censurable seria raba.
llian Russell, que era la más sencidosa de las mujeres. Aceptaba como pero no le daba exagerada importeatrales censuraban, en una de las el principe que aparecia no era suFitch se quejaba conmigo, diciensaben? Jamás ftan conocido principe entre mis conocidos a una docena creerme, los principes son como los sólo que un poco más humanos. Son los que actúan como se suponen los principes.
ciones con principes que he tenido, Cior observación. Hace unos diero y yo ocupábamos una mesa en el de Madrid, de Sevilla. En una ha un caballero de barba rojiza, que estras de la simpatia que mi hija su ánimo. No scbía quiénes émbiamos quién era. Poco después lo vestibulo del hotel y tras cambiar en tales casos, me sugirió un pae era magnífica. Caminamos algu105 de España y los Estados Uniresión de que era un hombre senci.
llo, bien informado. un banquero, posiblemente, o algo por el estilo. Creo que llegue a preguntarle si era banquero. Un poco sorprendido, pero sin afectación ni disgusto, me respondió: No, yo soy Enrique de Mac klenburg. Era el Principe Consorte de Holanda.
No recuerdo quién me contó que una vez viajaba un grupo de monarcas europeos en un tren. Ihan a una boda real, o a alguna ceremonia importante que se celebraria en una capital del continente. En su mayoria eran soberanos de segunda o tercera categoria y constituia una grave preocupación para ellos el orden en que habrían de moverse, para pasar al carro comedor. Resuelto al fin el orden de la columna, ésta principió la marcha. El caballero robusto y barbado que voluntariamente había escogido ser el último, era Eduar.
do VII de Inglaterra. No respondo de la veracidad del suceso, pero, en todo caso, merece ser cierto. Sólo quien, por encima de toda posible duda, está seguro de su derecho de encabezar la procesión, puede quedar satisfecho con ponerse al final de la misma.
Durante uno de mis viajes por Europa, me encontré con un acaudalado comerciante del Oeste norteamericano. Me veia con alguna frecuencia, pero dejó de hacerlo cuando supo que yo tenia un amigo que via.
jaba en segunda. Por aquellos dias fui presentado, en Paris, al Barón de Rothschild, quien tenia alguna ingerencia económica en la representación de un de mis comedias. Era uno de los hombres más ricos del mundo. Tenia una sutuosa mansión, en uno de los mejores barrios de la metrópoli del Sens. Entre sus