Apuntes Apuntes 427 me parecen iguales. Ojalá que useral y, dándole palmadas en el homtengas cuidado, hijo: pero oye este Me hacer semejante cosa con un sub anécdota porque la mayoría de las te he tropezado en mi vida, han sisubtenientes.
en suerte poder tratar a un número randes hombres y de hombres muy er tal calificativo, y he podido comcepción, su sencillez está en relación ndeza. En cambio, los insignificantes mostrado presuntuosos, impertinentes sos de sus prerrogativas cuanto más tura intelectual.
a sé que cuando tropiezo con alguna modestas operaciones comerciales, la grar que atiendan mis quejas, con al jefe de la empresa. Durante el ve. una dificultad con el representante al Electric. Mis gestiones en aquella inútiles y decidi dirigirme a la carta quedó sin respuesta: escribi epartamento de que dependia directaal cual se concretaba mi queja. Los igualmente negativos. Entonces, por como experimento, resolvi escribir a Presidente de la compañia y eminen te financiero. la mañana siguiente recibi su respuesta: una de las cartas más corteses que me han dirigido. No tardaron en llegarme otras cartas de sus subordinados y mi reclamación fue atendida rápida y eficazmente.
Alguien definia la gravedad como una actitud que el cuerpo asume para esconder los defectos del alma. Esta definición, por supuesto, nada tiene que ver con la natural circunspección. Alude sólo a la forzada gravedad a que se recurre, como biombo, para ocultar algo. Recuerdo que en mi carrera teatral, una vez, al principiar un ensayo, un tramoyista que me conocía desde hacía mucho tiempo, me dirigió la palabra llamándome familiarmente Channing. Un amigo mio, que lo oyó, me decia después: No sé cómo permite usted que un mozo lo trate con tal familiaridad. Es que estoy seguro de mi. le respondi. Sólo el que teme que se le descubra algo que desea ocultar, necesita mantener la distancia entre el y sus subordinados.
La modestia, como es natural, no está reñida con una confianza bien fundada en uno mismo, o con la consciencia clara de la propia capacidad. En mi juventud fui agente de publicidad de Lillian Russell, la famosa actriz norteamericana. La oi una vez aludir a su propia belleza y seguramente hubo en mi rostro un gesto de extrañeza, porque ella, sonriente, retiró la mirada del espejo y me dijo: Talvez usted juzga presuntuosas mis palabras. Está equivocado. Después de elogiarse durante varios años mi belleza, en la