406 puntes ninguna bebida helada, en momentos en que uno de los concurrentes a la cantina (tal vez conociéndome también la gana) me ofrecía un salpicón.
Ya casi al tiempo de salir de Puntarenas me acerqué al mostrador aprovechando que ni el señor Calderón ni mi padre ni mis hermanos estaban en la cantina y me tomé un salpicón. Inmediatamente sentí que me cayó mal. Me dió un escalofrío en todo el cuerpo, pero nada dije.
Emprendemos la marcha Ya estaban las mulas listas, pero ¿qué aparejos aquellos! Las mulas no tenían frenos y los aparejos parecían de gitanos. Salió la caravana.
Eramos 10 por todos; mi padre y sus cuatro hijos, los dos españoles, Mr. Trece, el señor Carmona un peón y el señor Calderón, que nos acompañó en un corto trayecto.
El desfile era imponente y grotesco a la vez.
Allá no acostumbran montar con zamarros, polainas, ni ruana, pero como nosotros llevábamos ruanas nos las pusimos y les llamó mucho la atención esa indumentaria.
Con el calor del camino se me compuso el cuerpo, pero como las mulas eran de trote, me empezó a dar una especie de dolor de caballo y el peón me ofreció que cambiáramos, pues iba en un caballo de paso, largo y suave. Me puse feliz, pero como no podía ir al paso de la caravana, siempre me adelantaba y tenía que esperarla cuando ya les llevaba mucha ventaja.