A puntes 397 Cuando llegámos, ya el amigo Payán nos tenía alojamiento y la comida estaba lista en un rancho vecino, el cual tenía el pomposo nombre de restaurante.
Al día siguiente muy temprano nos embarcámos en una canoa muy grande ranchada y manejada por un negro llamado Cotico.
Le tengo conseguido el mejor boga que hay en el puerto, le dijo el señor Payán a mi padre, y efectivamente así lo pudimos apreciar en la naveg ución del río Dagua, que duraba todo el día, y sobre todo a nuestra llegada a Buenaventura.
Para dar idea del tamaño de la canoa, basta saber que tenía dos ranchos; bajo uno de ellos se acomodó mi padre con uno de mis hermanos, en el otro se acomodaron mis otros dos hermanos, y yo preferí situar me en el centro, que quedaba a descubierto, para poder ver el paisaje de las dos riberas del río y la infinidad de canoas que subían y bajaban llevando carga y pasajeros.
Los baúles y maletas iban en los extremos de la canoa, los cuales ocupaban el negro Cotico y su ayudante, que era un negro joven de unos 20 años de edad.
Los baúles iban forrados en encerados y así tenían que viajar todos los bultos desde Buenaventura a cualquier lugar del interior para guarecerse de las lluvias. Las personas que ocupaban los ranchos podían ir sentadas acostadas.
Como en esa región llueve constantemente, cuando llovía, yo me metía debajo de uno de los ranchos.