A puntes 375 graciados cuya carga de desventuras acepta en sus espaldas.
Las relaciones entre el médico el enfermo suponen, en su origen, una especie de contrato moral en el cual el paciente aceptó los riesgos. El acto médico nunCa puede compararse con el del arquitecto, o con el del mecánico, por ejemplo. El cirujano más cuidadoso, más seguro de su técnica, nunca sabe con certidumbre perfecta, al intervenir, cómo van a presentarse los sucesos y cómo tendrá de evolucionar el caso. Si no está automatizado en su consciencia y en sus actos, pensará siempre, al ordenar la administración de la primera gota de anestésico, en la posibilidad inmediata de un accidente fatal: Al seccionar un órgano o al abrir una cavidad natural, espera siempre una sorpresa. El médico que inyecta una vacuna, o que administra una dosis normal de un medicamento benigno, nunca estará absolutamente seguro de tropezar con un caso de intolerancia completa y de que el acto terapéutico, indicado, preciso, habrá de producir un drama. ello porque su sujeto es un sér vivo y porque toda intervención médica o quirúrgica impone una aplicación y una experimentación. en ésta, en la experimentación, la casualidad se reserva siempre su parte. Conviene no olvidawlo.
Surge ahora el problema que ha de imponerse en