Apuntes 243 Testamento, nuestra seguridad en la otra vida estaba garantizada.
En esa época no tenía yo la menor duda de que la existencia del otro mundo fuera un hecho probado.
El cielo estaba en la gloria de las nubes y el infierno yacía en las entrañas sulfurosas de la tierra.
No me cabía duda alguna acerca del Antiguo Testamento: lo creía literalmente exacto desde el comienzo hasta el fin. Constituía él la historia auténtica del mundo: Dios había creado la Tierra, Adán era el primer hombre y Eva la primera mujer.
Había ciertos términos bíblicos cuya representación mental me era penosa. El pecado, por ejemplo, y en particular el pecado original. El espíritu era otro de esos términos. Así, cuando yo leía que «Dios es un espiritu infinito y eterno. ninguna imagen visual se materializaba en mi cerebro. Mas cuando se trataba de Dios Creador, de Dios Padre, del Dios de Abraham, del Dios que habló cara a cara Moisés en el Monte Sinai, el resultado era enteramente distinto. Yo podía figurarme ese Dios, aunque moldeándolo demasiado (i. en el tipo humano.
En cuanto a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, jamás he podido comprender su significación. Aun hoy, cuando oigo esas dos palabras caer de labios de un eclesiástico, en vano ensayo de formarme una idea de la imagen que él tiene en su mente.
Tales eran los puros y simples elementos de mi fe cuando me convertí en estudiante de medicina en la Universidad de Aberdeen.
Comencé mis estudios en una época en que el darwinismo conquistaba al cuerpo de profesores ingleses. Nuevas perspectivas se abrían; una nueva historia de la tierra se escribía.
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