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92 puntes más remedio que arrinconar las doctrinas clásicas y lanzarse todos por el camino de la economía dirigida. Pero no es ése el caso. Por mucho que se clama contra el liberalismo económico y que se extiende la partida de defunción a tal sistema, no se logra su enterramiento. Es más fácil ahogar la libertad política que la económica, porque para hacer lo primero existen métodos coactivos que sujetan al individuo; pero para hacer lo segundo no se ha inventado nada eficaz. La economía es un complejo tan vasto, una organización tan delicada, que no hay fuerza bastante para anular las leyes económicas, las cuales, pese a todos los doctrinarismos y a todos los engolamientos coactivos, recobran su vigor y su vida por encima de cuantos quieren ahogarlas.
Dice Le Temps con acierto que a Inglaterra, país de Adam Smith, de Cobden y Roberto Peel, le debe nuestra civilización en muy amplia medida las ideas que han sido conductoras del progreso realizado por Europa durante dos siglos, y ahora este llamamiento que desde Inglaterra se hace, y al que debe unirse la manifestación de gobierno hecha por Baldwin de que hay que acabar con los contingentes y llevar a cabo el proteccionismo que sea indispensable con medidas simplemente arancelarias, puede significar el principio de una nueva era de libertad económica, en la que, por fin, restablecido el juego de la ley de la oferta y la demanda, se pueda encontrar la curación de los males que nos asfixian.
No cabe duda que empieza de nuevo a ganar adeptos, de fronteras afuera, la causa de una libertad económica que tendrá que realizarse en varias etapas de contraintervencionismo e incluso de aparentes ordenamientos profesionales, para ir amortiguando los efectos del socialismo de Estado, que antes de la