76 puntes ustedes, nada; a don Ricardo, Gracias. Así, con una palabra sola, pero muy meditada y muy sincera. Me apesara únicamente que don Ricardo haya creído que esté yo ahorcando en la vejez mis hábitos de liberal. Me pregunto cuál de mis palabras ha sido la palabra falaz. Por qué dice que pido la intervención del Estado en la regulación del cambio? Francamente, pienso que se trata de una confusión de que tengo quizá la culpa, pero de la cual no necesito defenderme. la reminiscencia relativa al ofrecimiento del Ministerio de Instrucción Pública. Preciosa! Demuestra bien indulgencia del señor Presidente. Ojalá esté él convencido de que mis censuras, a menudo desabridas, no implican animadversión personal. Vaya aquí un recuerdo. Es un secreto que puedo descubrirle a estas horas sin inconveniente. Le va a sorprender a don Ricardo y tal vez le va a agradar. El joven profesor enemigo del Estado docente a quien él ofreció el Ministerio de Instrucción, estaba en cama el día de las elecciones presidenciales, agotado por una fiebre tifoidea; pero se levantó, pidió un coche y fué a votar por don Ricardo Jiménez, el ex rector de la Universidad de Santo Tomás que ayudó clausurarla, por falta de fe en la iniciativa privada de los costarricenses.
Afortunadamente no se había ideado en aquel tiempo el agrupar las mesas electorales en los altos estrechos de un solo edificio. La sala era esquinera y daba a la calle. El voto se expresaba en voz alta.
El lector que me conozca se imaginará mi figura y mi amarillez, resaltada por una barba tupida y negra, adivinará el sobrecogimiento de los funcionarios que me vieron bajar del coche entre brazos y el de los guasones civilistas partidarios de don Rafael Igle