A puntes 43. He venido quizá en mala hora. Intimidado en medio del cuarto, Andrés no acertaba a hablar, repitiéndose por dentro. no estaba sola. El turbamiento se le pegó a Lisbeth. Pasaba frente a su casa y me he tomado la libertad. Vengo tal vez a molestarla. Cómo. Absolutamente. Me parece ahora recordar que Ud. esperaba este mes a su hermano. Qué va! Jorge está en Saigon lo menos por tres meses todavia. yo que venía tan decidido a hablarle de matrimonio. Seguramente hay otro tras las bambalinas.
Este pensamiento vino a aturdirlo. No hallaba qué hacer ni qué decir. Sentia que Lisbeth estaba ya lejísimos de él, perdida para él. Ah. los bellos, grandes, sinceros ensueños deshechos!
Después de unos minutos de conversación descosida, se despidió. Bueno, adiós, ya nos veremos. salió, atolondradamente, sin mirar hacia ningún lado, sin sentir siquiera los rayos que lanzaban dos hermosos ojos, tiernos y asombrados. no volvió jamás.
Corrió el tiempo. Se casó con una amable y encantadora mujer, Matilde Coltat, que no tenía más que un defecto: el de no ser Lisbeth. El calendario de esa unión sin fiebre fué deshojándose venturosamente. Andrés subió todas las gradas de su carrera.
Tuvo hijos, hizo fortuna, ganó honores.
Un pequeño suceso vino una tarde a ondular el plácido estanque de la existencia de aquella familia.
Estaba Andrés en vacaciones y acababa de ins