364 puntes gar que en la del coronel Biscouby, dechado de militares. De él cabe decir que siempre honró el uniforme; que jamás le dió la espalda al enemigo o al amigo y que sólo abandonó su espada, y la dejó caer al suelo, cuando a él lo abandonó la vida, en el lance supremo y heroico. Su vida fue el bello pedestal de mármol de su muerte.
La tragedia data de 64 años atrás; los clamores del combate no llegan hasta nosotros; de la tormenta de aquel día apenas si oímos ahora el eco lejano del trueno; es probable que los combatientes hayan desaparecido todos, en las olas del tiempo; no hay en Costa Rica parientes del coronel Biscouby, ni amigos suyos; será raro encontrar quién se acuerde de haberlo visto desfilar al frente de su batería o su tropa; el malhadado cuartel en cuyas baldosas fue tendido en la brega y a donde acudió la muerte. solicita y en callado vuelo, a aportar su inefable anestesia al militar moribundo. ese cuartel de sombrios recuerdos, derruidos sus muros, ya no existe; los cirios que alumbraron la vela de su cadáver, encendidos por las manos del compatriota fiel, las que también lo depositaron con igual piedad, en este lecho definitivo, esos cirios y las preces de aquella noche luctuosa, pasaron, ardieron para siempre. Todo ello lo tragó la vorágine en que desaparecen las cosas que fueron.
Lo único vivo que de Biscouby queda, entre nosotros, como una llama inextinguible, es el recuerdo de su bizarría al salir, bravamente, al encuentro de la muerte, por cumplir su consigna, por defender su cuartel, cuya custodia le era más cara que la vida. El tributo que hoy le pagamos vale por lo desinteresado, por lo espontáneo, por lo fervoroso. Después de años de olvido, surge el tributo sin apremio de nadie, con la espontaneidad de las cosas que alcanzan su sazón y que