A puntes 335 a la ciudad afluyeron vecinos de los lugares circunvecinos y seguramente de las ciudades de Cartago, Heredia y Alajuela. El acontecimiento no era para menos. Fueron desapareciendo las claridades del día, entraban las sombras de la noche, se contaban los minutos, había una grande expectación. Los empresarios Dengo y Batres, muy seguros de la obra por haberla ensayado en una madrugada anterior, esperaban el momento en que sorprenderían al público.
Avanzaba el tiempo y bajo cada uno de los focos instalados en la ciudad, gran número de curiosos, hombres, mujeres, ancianos, niños, todos querían ser testigos presenciales de la maravilla.
El reloj del Palacio Presidencial marcó las seis y media de la tarde. El señor Presidente de la República, General Fernández, los miembros del Gobierno, la familia y las personas de la intimidad, ocupaban los balcones. De pronto, la oscuridad de aquellos lugares en donde se habían instalado los focos primeros, se rasgó con los rayos de la luz de Volta y una ensordecedora griteria se escuchó en las calles de la ciudad. Salió la banda por ellas ejecutando sonoras marchas, y las campanas de los templos, a pesar de encontrarse de duelo por los acontecimientos político religiosos que se habían consumado días antes, sonaron a manos de los vecinos que invadieron los campanarios de la Merced y del Carmen.
Júbilo general.
Al día siguiente, 10 de agosto, se dió una retreta al General Fernández y a su Gabinete, en celebración del acontecimiento. En las noches siguientes fue costumbre de la gente salir de paseo para admirar la maravilla.