A puntes 309 cimos vulgarmente. Entre los sordo mudos no es infrecuente ver que el defecto procede de los abuelos no presentándolo los padres. Las cualidades intelectuales del abuelo pueden reaparecer en el nieto. Las enfermedades pueden así mismo saltar una generación, como sucede en la tuberculosis, la lepra, la gota varias neurosis. Este hecho es de suma importancia para el médico por dar la clave de muchos problemas clínicos. Un individuo, cuyos antecesores han sido víctimas de la tuberculosis y que, por adoptar una vida higiénica, se ha escapado de ella, no por eso está exento de transmitirla a sus hijos.
Hasta hace poco tiempo, se tenía, como dogma irrefutable, que la tuberculosis no es hereditaria y que el contagio desempeña el papel principal en la propagación de la enfermedad y se aseguraba que el contagio se podía evitar sustrayendo al niño recién nacido del ambiente de sus padres tuberculosos.
Todos los médicos creíamos haber comprobado esa contagiosidad por las historias clínicas de los enfermos: contagio conyugal, contagio en los recién nacidos, vecindad de un compañero tisico en la oficina o taller en que trabajaba el enfermo, permanencia en una vivienda ocupada antes por un tísico, contagio por una criada, etc. Pero las experiencias de laboratorio del célebre biólogo Augusto Lumiére, han dado al traste con esas observaciones clínicas, que para nosotros eran una verdad sencilla y pura, pero para el sabio francés son simples eventualidades que se producen en virtud de la extrema frecuencia de la tuberculosis. No hay un individuo adulto, que en el transcurso de su existencia no se haya encontrado millares de veces en contacto con personas que expectoraban el fatal bacilo.
Lumiére niega, enfáticamente, que los hijos de