A puntes 281 II Ayer en la mañana detuve mi carro junto al Parque Central en el momento preciso en que don Elías Jiménez se despedia de una chiquitilla de brazos, ojos color de cielo. Deseaba saludarlo. usted es mejor saludarlo de lejos, respondió don Elías, alargándome sin embargo la mano a través de la portezuela. continuó. Sabe? me gustaron las palabras del señor Presidente referidas en La Tribuna del domingo. Estuve a punto de dirigirle un telegrama a modo de corroboración secreta. Que voy a hacer pública, repuse a media voz, Sea que no me oyera o que se hiciera el desentendido, don Elías prosiguió. Fui partidario de don Ricardo en la primera de sus campañas políticas y en la tercera. En la segunda estuve del lado de don Alberto Echandi. Pues bien, en esta ocasión estuve en desacuerdo con mi madre, que no era echandista. Entre mi madre y yo existian, con la más pura reciprocidad, los afectos más intensos y aun peculiares sentimientos de admiración. Acaso sufrieron algo con el desacuerdo político del momento. Acaso sufrían algo con nues.
tro perenne desacuerdo religioso aparente? Los afectos no sufrían. El desacuerdo entre personas que se quieren sirve para atemperar los arranques pasionales de los partidos en que nos dividimos los hombres. propósito de partidos, dije yo. qué opina del alboroto que han producido en la Cámara los comunistas. Lo que opino, he de callarlo. Sobre todo el escritor de ideas ha de recordar la regla de oro: Sólo la verdad, pero no toda la verdad. 19 de junio de 1934)