A puntes 215 como hombres, son más vulnerables que los libros.
Ahora mismo, en muchas regiones del globo, cunde una epidemia de intolerancia y toma ésta formas nuevas y abominables. Está muy bien para el excepcionalmente afortunado escritor de ideas radicales como yo hablar con valentía en Inglaterra acerca de la quema de libros; pero es cosa muy diferente para un escritor de ideas como las mías hacer lo mismo en Rusia, en Italia, en Alemania; sobre todo, en Alemania. El autor radical que es sincero en Alemania hoy día lleva una marcha muy peligrosa y aventurada. Es perseguido, abofeteado, destrozado.
Es maltratado, no sólo en su persona, sino en las de sus familiares y amigos. Se verá seguramente privado de sus bienes. Puede que sea asesinado de manera odiosa y repugnante. Todos estos son hechos indiscutibles. Son cosas probadas y patentes.
No dejemos que la monopolizadora energia de una raza particular raza encantadora, pero afectada de nacionalismo de un modo vicioso e incurablenos ciegue respecto a la realidad de lo que está sucediendo en Alemania. Lo que allí ocurre no es un progreso. Los judíos son los que más ruido meten; pero no son los judíos los únicos que sufren. Entra en la situación toda otra clase de elementos. Lo que pasa en Alemania parece ser, más que ninguna otra cosa, una rebelión del patán tosco, del zafio burdo, contra la civilización.
El progreso es una cosa irritante, y el hombre inculto se ha levantado al fin contra él. Para su cerebro rudimentario, el progreso es demasiada carga.
Así, pues, el movimiento alemán es una revolución de la barbarie y la incultura contra el pensamiento, contra el buen juicio, contra los libros. Nadie sabe adónde conducirá.