Apuntes 213 Ese chasquido de palabras, es preciso hacer, azuza a los mulos, pero ahuyenta a las alondras: al sabio enamorado de una hipótesis; al poeta llamado por una estrella; al místico, enamorado de Dios, llevado por un arcángel.
Desafío a los quemadores de libros Por Wells No tengo motivos justificados para enojarme y reñir con los que queman libros. Hubo un tiempo en que mis libros se consideraron peligrosos, y algunos de ellos fueron quemados. Ahora me doy cuenta de cuán grande fue el honor que con ello me tributaron. Es un tributo, un homenaje, para un autor, quemar sus libros. Cuantos más libros míos se quemen, previsto que hayan sido comprados y pagados, más satisfacción y contento tendré.
Yo también he quemado un libro. Fue un trabajo tremendo, una faena terrible. Primero, la cubierta se desarrolló y encogió como un ser viviente y desprendió un olor abominable. Después, el resto del libro fué quemándose y carbonizándose en el fuego. Lo empujé y revolví con un espetón, con muy poco resultado. Entonces acudí a las tenazas, volviendo página por página, hasta que las tenazas me abrasaban. Me encontré con las manos negras, con los puños de la camisa negros y con el cuello desabrochado y roto. Toda la operación la hice en un hornillo, en una casita en medio del campo. Cuando, después de algunas horas de fatigosos esfuerzos, me dirigí a la cama, cabizbajo como un asesino y demasiado nervioso y febril para poder dormir, to