210 puntes queda bien, y él encantado de su trabajo. Las horas preciosas que he tenido yo que perder para volver a desordenar la obra realizada por ese hombre de acción, no tienen cuento.
Pero entre la actividad de ese mi criado, y la de Cervantes, o Newton, o Pasteur, o Santa Teresa, hay infinitos matices intermedios. son éstos los que deben hacernos estar en razón. Esos matices intermedios son precisamente los que constituyen los temperamentos y caracteres de la humanidad real.
acoEn el fondo del aforismo que nos incita ahora a pensar, está escondido, me parece, si no la negación, el menosprecio, cuando menos, de la labor que distingue al hombre que perfecciona el arado, del buey que tira de él; esa fórmula es un estímulo de la personalidad, de la mediocridad rutinaria, de la obra vulgar automática, sobrepuestas a toda actividad creadora. Presentada esa labor, cuya vida es el movimiento que le viene de afuera, como el tipo de la humana actividad, ello tiende a avergonzar o bardar las lentas y angustiosas de los hombres de vida inmanente; justifica la recompensa material, y aun el predominio social, que es su consecuencia, de los ociosos de espíritu. Que no otra cosa son aquellos que, capaces de pensar, obligados a ello, se apresuran a obrar, para no trabajar precisamente, para sacarse la obra de encima.
El hombre que se suicida, el soldado que hace disparos y más disparos sin apuntar; el obrero que remacha el clavo sin ver bien si está en su sitio; el arquitecto que levanta cúpulas sin objeto y columnas que nada soportan; el médico que expide recetas, y el abogado que escribe alegatos sin necesidad; el