A puntos 167 regalo, y puede, en teoría, sernos repartido por igual.
Pero el deber mana de nosotros, de nuestra personalidad y de cada momento de nuestra personalidad, como el chorro de un manantial, y es inútil pretender que su calidad y su calibre sean iguales cuando la fuente brota en un vergel o en un desierto, cuando brota en los meses de humedad o en los de estiaje, cuando el agua se conduce por cauces limpios y bien captados o cuando corre entre contaminaciones y quiebt que la ensucian y dispersan.
Nada, pues, de lo que ocurra en el mundo realizará el ensueño de la igualdad, porque nada podrá igualar los deberes de cada ser humano. es el deber, y no el derecho, el que marca las diferencias esenciales y las categorias entre unos hombres y los otros. Un régimen social, teórico, podrá dar los mismos derechos a un hombre genial y a un mentecato; pero aquél se sentirá obligado, por encima de toda ley, a cumplir deberes que el ciudadano de la mente limitada no es capaz de sentir. ese hombre genial será tanto más superior por el hecho de sus deberes geniales, intangibles, cuanto más se le quiera allanar a los derechos de los demás hombres.
Partainos, pues, de la desigualdad de nuestros deberes para recobrar el equilibrio. El equilibrio del mundo estará siempre fundado en la no igualdad, porque la igualdad es un equilibrio inestable.
Cuando yo hice mis apologías del trabajo como estricto deber del hombre, como indice de su varonía, se me pusieron muchos reparos aquí y fuera de aquí.
Eran los tiempos de la postguerra en los que unas generaciones desmoralizadas por el espectáculo de