Apuntes 147 Aplauso a los Piscalos El concierto radiofónico de la noche del sábado merece un efusivo aplauso. No fue perfecto, es claro, pero produjo en la ciudad de San José y en otros lugares de la República una impresión muy agradable, mucho más de cuanto puedan imaginarse los actores. Los jóvenes Píscalos han dernostrado su buen humor y sus gracias artísticas. Sin hacer gran caso del refunfuno mundial de la época, viven ellos la beila hora que conviene a sus años, entre los encantos de las Píscalas y los encantos de la música.
Esta doble inspiración la del amor y la del arte, sumando sus efectos a los del estudio y del trabajo que cada uno hace aisladamente en el laboratorio, en el taller o en la oficina, está preparando a esos jóvenes, para sus futuras funciones, mejor que pudieran hacerlo las agrias arengas de los sociólogos.
Junto a sus novias, están, sin sospecharlo, penetrándose de esta gran verdad que sólo el amor construye y que el problema del amor es el más importante de todos. Frente al piano, el violin o el arpa, están adquiriendo esta noción, tan simple, tan fecunda y tan desatendida hoy: que con cuerdas iguales lo más que puede obtenerse es un grueso cordón; que para que haya armonía, las cuerdas han de ser distintas y han de poder vibrar individualmente, emitiendo notas de diversa altura. Una reflexión más, una mirada hacia todas las otras cosas que forman sus alegrias, bastará luego a esos muchachos para comprender, sin quebraderos de cabeza, que donde no hay diferenciación, donde todo se nivela y uniforma, se acaban al punto el perfume de flor, que es armonía; la luz de estrella, que es armonía; la vida, que es siempre armonía, tanto más radiosa cuanto más honda haya sido la previa diferenciación.
e 30 de julio de 1933.