52 APUNTES Esa tarde, mientras los hombres se ocupaban en todo lo relativo al campamento instalado sobre la ribera, él permaneció largo rato soñando ante el espectáculo de hadas de la floresta ecuatorial, impregnada del oro del sol poniente. Las aguas brillantes del río acarreaban, junto con las imágenes risueñas de una eterna primavera, lagartos solapados y ramilletes flotantes de verdura. De pronto, su ensueño se proyectó sobre el fondo del paisaje, que iba borrándose ante el avance de la noche. En un ancho espacio desmontado se abrieron calles, se levantaron casas y apareció en lo alto el campanario de una iglesia.
Cantos de gallos, gritos de niños, ruidos de yunques, charlas de mujeres, balidos de ovejas. Toda una vida futura delineada, presentida.
Pero esa aldea que acababa de surgir así en la magia del crepúsculo, no era más que una especie de criptograma en que resaltaban poco a poco los rasgos afiligranados de la novia lejana: Leticia Smith.
Al día siguiente, al amanecer, fueron reunidos todos los seres vivientes a diez leguas a la redonda.
Luégo, siguiendo los ritos de los antiguos conquistadores que, en esas tierras del Perú, desgranaban ciudades en el curso de sus cabalgadas legendarias, se verificó el acto por el cual, en nombre del gobierno central de Lima, el ingeniero don Manuel Charrón fundaba el puerto de LETICIA.
Algunos meses después, don Manuel emprendió el viaje de retorno, llevando a su novia un regalo de rey: juna ciudad!
Llegado a Iquitos, supo que el consul Smith había muerto y que su hija se había casado con un compatriota llamado Johnson. La pareja, se decía, había partido inmediatamente para México.
Don Manuel perdió casi el juicio. Pálido y taci