A puntes 401 Chesterton detesta los formidables progresos de ia civilización moderna. Detesta. lo dijo en un artículo que leímos hace algún tiempo en el New York Herald Tribune. el sombrío porvenir de un mundo organizado sobre una base absolutamente científica, gobernado por una gran estación central de energia eléctrica; donde los hombres se comunicaran por medio de la televisión; donde los niños se produjeran en incubadoras y los alimentos en laboratorios quimicos y en que todo estuviera sometido a leyes físicas y matemáticas inmutables. Chesterton, discípulo de Epicuro en el fondo, cree que el mundo actual del comercio y de la economía, heraldo del mundo futuro del maquinismo absoluto, debe sustituirse por un mundo que produzca para gozar. Cree que un billar eléctrico, en que las bolas marcharan con exactitud hacia los puntos a que nuestra voluntad las impulsara, causaria pena inmensa al jugador que hoy, sobre un solo pie y tendido sobre la mesa, taquea la bola de marfil en la esperanza, casi irrealizable, de hacer una carambola en el ángulo más lejano. Para él, la carambola, como todos los hechos grandes y pequeños de la vida, no está en ella misma, sino en el placer individualísimo de hacerla y aun en el dolor de no hacerla.
De aquí que Chesterton, enemigo de la escuela standardizada y de todas las cosas standardizadas, dé la bienvenida a la reforma educacional soviética.
Pero debemos observar que, al contrario del caso de Benavente, el criterio de Chesterton es eminentemente artistico, casi romántico, con ser él menos artista que el español y, sobre todo, con ser inglés. La humanidad ha soñado y soñará siempre en lo que llegó hasta las fibras de su sentimiento; creerá siempre en ese mentiroso lugar común de que todo tiempo