392 puntes negocios y de las ocupaciones, daban al vivir la serenidad de los días que hoy hemos trocado por la nerviosidad de los minutos.
No creo que usted aprecie estas expresiones como simples ditirambos nacidos de una senil añoranza del pasado. No es posible juzgarlas así, porque el cambio sufrido por el mundo es de ayer, de poco antes de la guerra, y nos tocó presenciarlo, en plena madurez, antes de que llegáramos a la edad en que todos sentimos la nostalgia encerrada en el verso de Manrique. Cualquiera tiempo pasado fue mejor. No; no es cualquiera tiempo. Porque muchos anteriores tuvo la humanidad aciagos. Es por el tiempo aún reciente en que hicieron eclosión victoriosa todas las luchas sostenidas por la conquista de las libertades por el que suspiramos. Es ese ayer el que quisiéramos vivir ahora. Son aquellas normas de vida y de gobierno las que quisiéramos que nos volviesen a regir. Porque la causa mayor de los males que nos oprimen y la única tal vez, que nos retarda la cura de ellos es el olvido de esas normas. De esas normas que podían reconocer al Estado como omnipotente en el dominio político pero que limitaban su poder, en el dominio de las actividades privadas, a la misión de mantener el fiel de la balanza entre los ciudadanos, esto es: a resguardar los derechos y haberes de cada cual.
Entonces, en lugar del sentimiento de un nacionalismo estrecho, teníamos la conciencia de un internacionalismo que nos hacía solidarios, los unos a los otros, en el auge de los negocios, en la creación de la riqueza, en el bienestar general. El intercambio comercial llevaba la tendencia al libre cambio, no