368 puntes de Polichinela. Lo admiro mucho, a Benavente. sabe usted. pero yo profundamente materialista, no creo sin embargo, que la herencia sea todo. El hombre puede hacer de sí algo. Pensar en lo contrario es desconocer que el hombre puede hacer de la idea de libertad una idea fuerza, una determinante de la conducta. Creo en los principios. La línea recta, rectísima, conduce más allá de lo que conduce la que se moldea a todas las conveniencias. Un cambio de posición económica no es un triunfo. Es un cambio. todo lo que presenta argumentos contra la rectitud de los principios, me parece inmoral. Entonces, cuando la obra de Benavente, las máximas y las deducciones de la pieza falsearon los conceptos de varios muchachos que veían la obra conmigo; tuve que hablarles para volver a reafirmar lo que ellos sabían.
Lo que debían saber toda la vida.
Punto por punto, fuimos aprobando todas las palabras. En el fondo de la disertación, hay una verdad tremenda. Una verdad que no se falsea ni se echa por el suelo. Las palabras, los pensamientos de don Elías no son teorías más o menos aplicadas a la vida.
Son vida hecha teorías. Son, en suma, experiencia.
Se aventura el repórter. Unas ganas horribles de aprobar le obligan a lucubrar sobre el tema. Razón tiene usted y mucha. Razón porque se ha desteñido el concepto de la palabra para orientar este valor intrinseco por senderos distintos, no opuestos, pero sí extraños. Nos falsea la vida misma, don Elías, con su ropaje. La ambición es cosa humana y clave de todas las debilidades.
Comprende el repórter, de pronto, que se está poniendo seudo trascendental. Detiene la charla. Mientras habló, don Elias escuchaba atento. Parece que pensaba en las palabras oídas.