Elías Jiménez Rojas

A puntes 283 VI Durante las fiestas, si se les puede llamar así. nos dijo don Elías Jiménez Rojas ayer tarde que lo fuimos a saludar, algo se bebió. No mucho, le interrumpimos. No mucho, prosiguió don Elías, pero lo bastante para que a veces llegaran a esta botica jóvenes que pedían algo de lo que conviene tomar después de haber bebido. Pero fue esto lo que me sorprendió: que preguntaban por mí, estando yo a veces ocupado aquí adentro sin poderlos atender; me enviaban a decir que saliera a recibirlos, que no eran reporteros.
Hay quienes son malos actores de sus propias emociones; la tragedia de éstos la ha dicho en preciosa prosa el sutil ensayista mexicano don Julio Torri. Hay quienes poseen tal dominio de sí mismos, que en sus gestos y en su tono de voz actúan como finos artistas en instrumento delicado. De estos últimos es don Elías.
Don Elías nos contó su pequeño cuentecito de los días de fiesta con un rostro de queja y un dejo de voz, de inequívoca lamentación. Así es la fama, don Elías, le dijimos.
Un joven que trabajaba sobre unos papeles en un escritorio del despacho de trastienda de don Elías, sonreía sonrisa que le rizaba el rostro y le hacía bailar regocijadamente un bigotillo recortado a la manera que Charlie Chaplin ha hecho célebre. Pero don Elías meneó suavemente su cabeza en ademán negativo. No. nos dijo. Debe de ser que se ha hallado