A puntes 141 vivía, unas veces en la ciudad de Alajuela, de donde era nativo, y otras en esta capital, cuando desempeñaba el cargo de Magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Estando con mi abuelita, hacía mi soberana voluntad y gozaba de magnífica salud; mientras que al lado de mi padre sufría de tristeza y hasta me enfermaba, pues estaba absolutamente sólo con él, sin persona alguna de la familia, en una época de la vida en que tanta falta hacen el cariño y los cuidados de una mujer, sobre todo de la madre; me hacía particularmente gran falta la compañía de niños de mi edad. Esto contribuyó mucho para formar el carácter retraído e insociable que aún conservo a los setenta años.
Observación curiosa. en tres generaciones. un siglo. no nació una mujer en la sucesión directa de mi abuelo paterno, pues ni mi padre, ni yo, ni mis hijos hemos tenido hermanas.
Siempre fui muy aficionado a tratar con las gentes más humildes; los pordioseros, particularmente, eran mis mejores amigos y recuerdo muy bien a una pobre anciana llamada la Olalla, a quien visitaba y leía algunos libros.
Carecía ella de todos los dedos de las manos y se decía que había tenido lepra.
Tuve muy buena memoria, pero poca retentiva, de modo que aprendía con facilidad; pero olvidaba pronto.
Me cupo en suerte recibir clases de historia, matemáticas, etc. de don Francisco Picado, en mi concepto el mejor profesor de segunda enseñanza que he conocido en el país. los doce años, con motivo del fallecimiento de mi padre, me llevó definitivamente mi abuelita, a vivir con ella, a Cartago, y continué mis estudios de segunda en