A puntes 137 finalidad, propósito, el telos de los griegos. el ego reencarna, para reparar errores, para ensayar de nuevo su perfeccionamiento. Federico Tinoco, y su hermano Joaquin, ese bello hombre, fueron, a mi juicio, espiritus medioevales, o del Renacimiento quizás, que reencarnaron en Costa Rica. Aquí eran algo extraño. Tenían ánimo que no es ni ha sido de este país ni de esta época moderna. Eran señores de los de castillo sobre colina rocosa, de los de aventuras en caminos asarosos, de los de fácil ira y de altanero gesto.
La muerte de Pelico me ha impresionado más de lo que yo crei. Lo vi en París hace pocos años y llamaron en extremo mi atención su interés por los asuntos de Costa Rica y la calma y serenidad con que hablaba de los hechos y las personas del tiempo en que él actuó. No le oí nunca una palabra airada o rencorosa, y supe que hacía esfuerzos por conquistar la paz interior y elevarse un poco por sobre la superficie de los hechos para penetrar en el mundo trascendente de las causas.
Su espíritu caballeresco y medioeval lo hizo exagerar sus responsabilidades políticas y personales, y lo arrastró a los sucesos que todos conocemos. Sus errores fueron hijos de su carácter fogoso y violento, y sus iras se amansaron y apagaron una vez que la vida, para darle su lección indeficiente, lo hirió con el rigor que ella acostumbra, rigor que depura y abrillanta las almas de los hombres para conducirlas a la suprema realidad.
Dicen que no hay una vida tan limpia en la que no pueda hallarse alguna sombra; y que en la más obscura, buscando bien, no sería difícil vislumbrar el resplandor de algún amor desinteresado. Así la vida tumultuosa de Pelico lo condujo sin duda a la violación de muchas