136 p u t es Vinci, el de Beethoven, el de Wagner, el del famoso Conde de St. Germain. En mesas y escritorios hay libros amontonados; en los estantes hay libros en el desorden de quien acostumbra tener trato intimo con ellos. La curiosidad nos lleva a manosear los volúmenes. Allí está la obra de Fülop Miller acerca de los jesuitas que tanto intrigara hace pocos años al público europeo. Allí está la vida de Eliphas Levi, el célebre maestro de los teósofos de hoy y que vivió en el siglo diecinueve. Sorprende enco trar entre estos volúmenes el folleto Páginas de ayer que Federico Tinoco publicó en París en marzo de 1928.
Es precisamente de Federico Tinoco de quien le habla al periodista el ex presidente Acosta. Del ex presidente de la República don Federico Tinoco. Porque don Julio Acosta narra los hechos que llevaron a la presidencia a Tinoco y declara que en las elecciones a que Pelico convocó, el pueblo costarricense induscutiblemente lo ungió Presidente de la República. Después fue, dice, que ocurrió algo muy interesante.
Triunfó el empeño de hacer como si Tinoco no hubiese existido, como si su gobierno no hubiera tenido existencia real. La ficción legal hace recordar maneras que inventaron los juristas romanos. La observación no la externa el periodista. medida que don Julio va hablando, su bella voz va empapándose de emoción. Los teósofos creemos, dice, que no es posible que en esta vida tan corta pueda el hombre cerrar un periodo completo. Nacemos ignorantes, e ignorantes bajamos al sepulcro. La vida es muy escaso tiempo para aprender a vivir siquiera. Ello nos ha inducido a creer que el ego, la personalidad, no se pierde con la muerte, sino que subsiste. La vida tiene