130 Þ u ntes hermosa idea la de nuestra reexistencia, porque lisonjea el amor propio, nos sostiene en las aflicciones, y suaviza el penoso camino que nos lleva a la muerte. Su Esculapio le aconsejó que no se detuviera en pensamientos tan lúgubres. No temáis le dijo que me atormenten los terrores de la muerte: yo sé apreciar. Según Píndaro, es el sueño de una sombra. Amiga mía estimada, añadió hablando conmigo, yo te he enseñado a vivir, y quiero enseñarte a morir. Ignoro qué es lo que venimos a hacer a este globo; pero mientras Carón dispone su barca a efecto de pasarme, yo me quiero ensayar a dar un ligero salto para tomarla, con la idea de que el fin de mi viaje se parezca a la noche de un bello día.
Puso orden en sus negocios con admirable presencia de espíritu, se hizo seguidamente transportar a su jardín, que estaba en las puertas de la ciudad, y mandó colocar su cama enfrente de la ventana, para gozar decía todo el tiempo que pudiera, de la vista del campo y del atractivo de su verdura. Adornó su cuarto con ramas de árboles y con vasos de flores. Prohibió que, según los estilos ridículos, entristeciera la oscuridad su habitación. De día estaba alumbrada por el claro sol, y de noche la luz reflejada de muchas hachas suplía la claridad del día.
Habiendo notado lo apesadumbrada que yo estaba, me preguntó de este modo. Por qué os afligis. Sabéis si la muerte es un mal o un bien? El tiempo que separa al que muere del que le sobrevive, es sobrado corto para que merezca excitar vuestros pesares. Con tan sosegados ojos debe mirarse el flujo y reflujo de las generaciones, como la sucesión de las olas del mar o la de las hojas de los árboles. Qué importa que aparezcan o desaparezcan individuos. La tierra es un teatro en que los actores y