A un tes 117 gría, y otras la tristeza. El termómetro clínico hace ahora su aparición; para ver si realmente estamos enfermos, si comenzamos a estar enfermos, nos ponemos el termómetro. ávidamente, con ansiedad, miramos luego la escala de la temperatura. Sí; este desasosiego que sentimos es un poco de calentura. no tenemos más remedio que acostarnos. Nos acostamos, y principia el proceso del pobre enfermo; la enfermedad va apoderándose de nosotros; el desasosiego se cambia en ardiente fiebre; el médico viene; los frascos de los medicamentos comienzan a llenar la mesita que está junto a la cama; después llegan otros medicamentos; luego, tal vez sean llamados otros doctores. el pobre enfermo siente transcurrir los días, las semanas, los meses, acaso los años. Los primeros días, el tormento de la cama es insoportable; el dolor no nos permite cambiar de postura; no tenemos un instante de reposo; no es posible hacer que la angustia que nos oprime nos abandone. tanto como nuestro dolor, sentimos la preocupación de los seres queridos que nos acompañan; en sus ojos, en el tono de sus palabras, en sus silencios, en sus miradas, notamos la gravedad de nuestro mal; no nos quieren decir nada, naturalmente; pero sin que nos lo digan, nosotros comprendemos que estamos muy mal y que estos seres queridos sufren terriblemente de vernos tan enfermos y de presentir una contingencia funesta.
Los días van pasando; la costumbre, la costumbre que todo lo dulcifica, ha hecho ya que nos acostumbremos al dolor; la esperanza entra también en nuestro ánimo. Con la esperanza, sentimos un poco de alivio. Todo esto pensamos pasará; ahora sufrimos mucho, pero llegará un momento en que la enfermedad haga su crisis; la