46 LIBERACION LIBERACION 47 sentarse a la mesa de la iniquidad, presidida por Adolfo Díaz el traidor y por José Maria Moncada el vende rifles para festejar a los invasores que lanzaron bombas explosivas y sacrificaron despiadadamente a sus propios hermanos. Moncada! Más criminal que sus antecesores, tan traidor como ellos, tan abominable como ellos, tan digno como ellos del odio y de la horca.
De Díaz y de Chamorro no era posible esperar sino lo que dieron, por su condición reconocida de esclavistas descarados, de instrumentos serviles de la Casa Blanca y de Wall Street.
Pero Moncada en cambio, lugarteniente de Sacasa, llegó a ser un símbolo de libertad, para venir a trocarse en negociador de las armas que se le entregaron con el objeto sacratísimo de defender el honor y la dignidad de su pobre patria mancillada.
Después fue Presidente de Nicaragua! No en balde se puso de acuerdo en Tipitapa con Stimson, representante personal de Calvin Coolidge.
No en balde acompañó a los aviadores norteamericanos en sus vuelos, que sembraban desolación y muerte.
No en balde levantó su copa brindando por los heroicos lanza bombas de Ocotal. Sacasa. El ilustre doctor, el excelso ciudadano Juan Bautista Sacasa? Lo mandaron de Ministro a Washington, a las órdenes de su colega en alta política. José María Moncada. de Ministro en Washington, naturalmente, saltó también a la presidencia de Nicaragua el 19 de enero de 1933.
rarse como hostil a gobiernos el de la Casa Blanca, por supuesto con los cuales felizmente mantiene la república cordiales relaciones.
Sucedía entonces que en plena tempestad centroamericana los diarios centroamericanos hablaban de sucesos acaecidos en la China, Checoeslovaquia o en las colonias inglesas de Sud Africa; y dedicaban páginas enteras a informaciones de índole social, corridas de toros, carreras de caballos y chismes de vecindario.
En una de esas pequeñas repúblicas, precisamente cuando iban rumbo a Nicaragua los acorazados y la hecatombe se hallaba en todo su fragor, la atención pública estaba ocupada de preferencia en concursos de belleza y simpatia. Qué le estaba importando allí a nadie lo que sucediera en un país vecino. Deliciosa inconsciencia! del Presidente para abajo, ministros, legisladores y galanes tenorios de clavel en el ojal, todos se empeñaban con ardor inusitado en que triunfaran sus respectivas pretendientes a la regia corona y al codiciado cetro.
Causó sensación, no que desembarcaran en territorio de Centro América los primeros tres mil marinos, sino el recuento de votos para los cuatro distintos certámenes: belleza y simpatia de la sociedad, belleza y simpatía de los obreros.
Fotograbados a profusión en los periódicos, de sus majestades las reinas y de sus cortes de honor, en las que figuraban, como pajes, ciudadanos al parecer estimulables y elevados funcionarios públicos, con títulos de nobleza que movían a hilaridad. a continuación, bailes, paseos, mensajes de las reinas a sus súbditos, comidas y veladas en los teatros más importantes de la localidad. Qué será de Centro América con este panorama ante los ojos. dónde van aquellos países. Qué puede esperarse de semejantes clases directoras?
Tragedias horribles que causan indignación, la del banquete de Adolfo Diaz, la de caudillos que se venden y traicionan una causa por la cual se derramó sangre a torrentes, la de gobiernos que ayudan al sacrificio de un pueblo hermano. Tragedias grotescas otras, que hacen reir! Pero en el fondo, la gran tragedia que nos hará llorar!
La gran tragedia de la sumisión, de la inconsciencia, de la indignidad, del re nunciamiento a la más noble lucha que deben sostener los hombres cuando saben lo que significa enfrentarse al poderio del invasor.
La gran tragedia que nos mancha, que ya nos tiene manchados ante el mundo con baldón indeleble.
Que caigan quinientos, seiscientos o mil rebeldes ametrallados por fuerzas extranjeras, es también tragedia: tragedia, empero, que honra al pueblo victimado; tragedia fecunda que en no lejana fecha dará su fruto; tragedia como la del Calvario, con su día tercero de resurrección. Pero las otras. El 26 de octubre del mismo año (1927. dió a la publicidad el gobierno humanitario de Coolidge y de Kellogg una lista completa de los combates efectuados entre sus marinos y los salteadores nicaragüenses, desde el 15 de mayo anterior, cuando las fuerzas norteamericanas empezaron su filantrópica campaña de pacificación.
De acuerdo con esa lista el número de bajas arrojaba hasta la fecha un total de 540 revolucionarios muertos y como 150 heridos, en las batallas de San Fernando, La Paz, Telepaneca, Sanate, y varios encuentros en la frontera Norte, con sólo cuatro marinos de infantería muertos y ninguno herido!
No vale la pena comentar las extravagantes informaciones del Secretario de Estado Kellogg, a quien los mismos periódicos de su patria se encargaron de rebatir y de poner en ridículo evidente: o no se trataba de combates, o los soldados norteamericanos estaban forrados de pies a cabeza con corazas invulnerables.
Pero en cambio sí vale la pena averiguar lo que hacian entretanto los gobiernos de la raza: los de Centro América al menos, ya que los demás del Continente, con excepción del mexicano, se mostraban impasibles desde que estalló el conflicto.
Guatemala, neutral; Costa Rica, neutral; El Salvador y Honduras habían acatado con anterioridad las órdenes de Washington, reconociendo al régimen usurpador de Nicaragua.
Como si lo anterior no fuese bastante para que el mundo civilizado nos mire con desprecio, en los más críticos momentos de la catástrofe publicó el Herald Tribune. de Nueva York, un mensaje bochornoso, en el que los diplomáticos centroamericanos declaraban al corresponsal Carter Field: Apoyamos en todo la actitud de nuestros gobiernos, que respaldan decididamente a los Estados Unidos en su política nicaragüense, en el reconocimiento de Adolfo Díaz y en la paz de Tipitapa.
Pero hay algo más: la abyección de aquellos gobernantes llegó al extremo de prohibir a los periódicos cualquier publicación o comentario que pudiera considePost Scriptum. Sin comentarios. Moncada premia a los invasores de su patria. MANAGUA, Nicaragua, octubre 16 de 1929. Cablegama de la Prensa Asociada, exclusivo para Excelsior. México, El Presidente de Nicaragua, general José Maria Moncada, entregó hoy la medalla del mérito nicaragüense y la medalla de honor a treinta y siete oficiales y hombres de la flota norteamericana, como premio por la ayuda que ofrecieron al país para restablecer la ley y el orden durante las elecciones. Concedieronse medallas, como homenaje póstumo, a siete oficiales y treinta y dos hombres del cuerpo de infantería de marina de los Estados Unidos, que murieron en los combates sostenidos con los revolucionarios nicaragüenses.
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