Hitler

LIBERACION 47 46 LIBERACION Inútil insistir en el papel imprevisto que la imaginación y los recuerdos clásicos vagos e inocentes pueden jugar en estas declaraciones, y en la realidad de una amenaza contra la cual se defienden, yendo expresamente a buscar un adversario que se ha retirado a unos treinta kilómetros de sus propias fronteras. Todo esto es cómico y no choca sino con el buen sentido. Lo indigno en esta reivindicación de civilización y de superioridad, es el empleo que se ha hecho de ciertos términos, es toda esta ideología sonora que por primera vez se oye en bocas francesas y que es Hitlerismo puro.
Hasta hoy se estimaba en Francia, y yo diría que aun en este Occidente, que dicen hay que defender y en el cual la geografía me incita a asociar a la tradición francesa la del pueblo y la de los intelectuales ingleses; hasta hoy, pues, en este viejo Occidente civilizado se estimaba que la civilización no se transmitia por investidura natural y obligatoria, sino que era algo que se gana y se merece. Un hombre se puede llamar civilizado cuando tiene conciencia de sus deberes de hombre con la comunidad humana, cuando se pone a la altura de la noción de lo bello, de lo bueno y de lo justo. para llamarse civilizado no basta tener un perfil romano ni los cabellos rubios. No es cierto, como lo ha proclamado Adolfo Hitler, que un barredor alemán, por el simple hecho de ser alemán sea superior al francés Pasteur, al judío Heine y al inglés Shakespeare. Pero este barredor alemán entrará a formar parte de la gran comunidad de los hombres civilizados si su espíritu se abre a las grandes nociones humanas que le dejaron el francés Pasteur, el judío Heine y el inglés Shakespeare, así como también el alemán Beethoven y el alemán Goethe. No es verdad que un condottiere italiano con el pretexto de proclamarse heredero de la tradición romana lo cual es una serie de palabras sin significado concreto pueda adquirir el derecho de guerrear aun cuando sea contra las tribus más bárbaras, pues en este caso el bárbaro es él. un niño y una mujer que mueren despedazados por una bomba, no son bárbaros: son víctimas de la barbarie.
El Occidente civilizado no ha proclamado nunca el principio de la igualdad de razas, lo cual sería una fórmula vacía de sentido. Pero el principio de la desigualdad de razas es en sí una fórmula criminal Justifica la esclavitud y la matanza. Yo no encuentro en el corpus y en la tradición de nuestra civilización occidental nada que anuncie la expresión de este principio. Lo que yo encuentro alli, particularmente si me refiero a las ideas que han constituido la civilización francesa, es, no la afirmación de una igualdad o de una desigualdad entre las razas, sino la idea constante y firmemente enunciada de que sólo el ejercicio de la razón, el reconocimiento del derecho del prójimo, sean cuales sean el color de la piel y la configuración del rostro del prójimo, la obligación de dar a cada uno aquello a que tiene derecho, el sentimiento de que existen una simpatía y una solidaridad universales, sí, sólo estas manifestaciones de la conciencia confieren a los individuos y a las naciones una superioridad auténtica y las autoriza a proclamarse pertenecientes a una alta humanidad.
Los firmantes del manifesto juzgan las cosas de otro modo. Estiman que el hecho de pertenecer a una sociedad civilizada no impone ningún deber al que con ello se beneficia o aprovecha. Sino que por el contrario le permite ejercer, sin resistencia, su voluntad de poder. Aun más: es por esta voluntad de poder que demostrará su cualidad de civilizado. El pertenece a una especie superior. Es un aristócrata, y la aristocracia se manifiesta no con una nobleza de pensamiento más exigente y severa, sino con el despliegue de una fuerza que no tiene en cuenta sino la fuerza misma. La humanidad alta hace la guerra por la guerra: no existe sino para mantener su prestigio a expensas de los que juzga representar la humanidad baja. Así los Dupont, orgullosos de su procedencia y persuadidos de la indiscutible superioridad de los Dupont, no tienen sino desprecio por sus vecinos los Durand que no son sino Durand.
No será solamente a los franceses a quienes chocará este manifiesto de algunos de sus compatriotas, sino a todos aquellos que tienen en vista una tradición más general. Cómo no extrañarse de leer, al pie del incalificable escrito, los nombres de algunos escritores que pretenden ser cristianos? Estos, pues, declaran con todas sus letras que la Abisinia es tan atrasada que el mismo cristianismo no ha podido hacer nada alli.
Este mismo es poco halagador para el cristianismo. Pensad que estos salvajes son tan salvajes que el cristianismo mismo, que Dios lo sabe no es muy famoso, no ha podido ni comenzar a quitarles la cáscara. El mismo cristianismo, esta pobre religión buena sin embargo para los salvajes, no ha podido nada sobre ellos. Por lo menos este es el sentido que yo veo en este pasaje. menos que este pasaje no signifique: como los abisinios no son ni siquiera cristianos o en todo caso no tan buenos cristianos como nosotros, naciones civilizadas, tenemos el derecho irrefutable como cristianos y como civilizados, de exterminarlos a todos, y es escandaloso que la Sociedad de las Naciones quiera oponerse a este derecho en nombre de un despreciable universalismo jurídico. que naturalmente, no tiene nada que ver con la fraternidad universal proclamada por el cristianismo.
Soy de los que creen que las religiones son impotentes para establecer esta fraternidad universal. Pienso asimismo que en el estado actual del derecho social, este universalismo juridico no puede establecerse sino de una manera muy relațiva. No será sino el día en que los pueblos dispongan de ellos mismos, sin mezcla de ningún interés sospechoso, que podrá instaurarse una real y clara moral internacional Pero entretanto llega ese día, me parece indispensable defender las instituciones que son la garantia insignificante sin duda, pero en suma la única garantía de esta moral internacional. Es posible que los Estados actuales oculten bajo sus firmas que tienen intenciones más o menos interesadas, pero estas firmas también los ligan y constituyen la sola seguridad de orden que pueden poseer los pueblos. Son la única regla que existe contra el desencadenamiento de apetitos, inmediato, incoherente y ciego. En la Edad Media la Iglesia, con su Tregua de Dios y sus leyes caballerescas, constituía un freno para las violencias del feudalismo. No es que la moral de la Iglesia de la Edad Media fuera trascendental y absolutamente pura: pero constituía si se tienen en cuenta las costumbres de la época, la sola y única oportunidad de medida si no de progreso. En resumen, la Iglesia limitaba los estragos.
Así, en lo que concierne a nuestro tiempo, soy de los que piensan que es fuera de la Sociedad de las Naciones en donde hay que colocar la esperanza de un mundo en donde reinará la paz asegurada de modo inconstatable. Esta no podrá establecerse definitivamente sino por acuerdo entre los pueblos y no entre los gobiernos, diplomáticos y financieros. Pero un régimen social cae a veces en su propia trampa, y acepta, para no morir muy pronto, medidas contra su propia locura y se compromete a atarse con lazos voluntarios. La institución de Ginebra constituye una sujeción de esta naturaleza. No realiza ningún ideal absoluto. Pero en el estado actual del mundo es la única que le ofrece alguna garantia de paz.
PARA MEDIAS LA MARQUESA APARTADO 1024 CESAR ARGUEDAS Suc.
TELEFONO 2665 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.