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42 LIBERACION LIBERACION 43 La probidad del Presidente Jiménez Oreamuno Por JULIO PADILLA (Especial para LIBERACION)
existencia en nuestros pueblos, mientras conserve la riqueza y la tradición que nos constituye en nuestro pobre afán europeizante transforma cada nueva conquista liberal en un haber para su herencia. Las reformas liberales no hacen más que cristalizarse, en pocos años, en virtudes conservadoras porque todas ellas se adaptan al feudalismo inevitable, dentro de cuyos cuadros el capital extranjero encuentra una admirable plaza fuerte para ir despojando al nativo de sus bienes naturales.
Si formal y jurídicamente los conservadores en los momentos de los reajustes que las periódicas conmociones revolucionarias producen, aparecen como los intermediarios entre los poderes imperialistas y los gobiernos locales, en los que tienen ingerencia definitiva, el liberal ha trabajado el terreno como desorganizador y como hombre que trata, dentro de una biologia política, de adaptarse a su medio. ΕΙ conservador, más audaz y más asentado en la realidad histórica, no hace sino legalizar una situación que de hecho existe. Su espíritu de conservación le dice que en la alianza con el extranjero está la salvación de las instituciones suyas, que son las únicas que le interesan: las reformas que las hacen perfectas ya las ha realizado el liberal. Este, por otra parte, se pliega, en la derrota, al éxito del enemigo.
Lo hace porque se ha convertido en terrateniente, es decir, en señor feudal.
Ambas modalidades han ido caducando hasta el punto de no poder diferenciarse el contenido de cada una de ellas. Hay países donde el conservador es más liberal que su adversario. Esto se debe a múltiples razones, entre las cuales las más importantes son las económicas. En efecto, el valor de la propiedad ha disminuido mucho en los últimos años y como consecuencia el poder adquisitivo de los pueblos. Los empréstitos, hechos sin ningún plan técnico, han enagenado casi todos los países y sus obligaciones internacionales, al respecto, son enormes. Los conflictos de las grandes potencias industriales, de cuyos productos somos consumidores, han hecho la vida difícil para nuestros mercados de importación y exportación.
Latinoamérica se ha tenido que replegar sobre si misma y esto ha significado, dentro de una floración de doctrinas de izquierda más o menos viables, el resurgimiento de un elemento humano cuya potencialidad ha sido hasta últimamente desconocida: el indio. México ha dado el grito de alarma con su formidable revolución, sobre todo en su aspecto antiteológico. El indio mexicano ha llegado a formar parte de la conciencia económica de su país.
Se va creando, en esta decadencia de los más rudos combates de los viejos partidos latinoamericanos, una nueva formación ideológica, en la cual sigue predominando el autocratismo. Se va formando el sentido de clase, no para el gobierno de una sobre otra puesto que ya dijo Marx que no basta que una clase tenga conciencia de ella misma para que pueda gobernar. sino para la concordancia de nuestra economía agraria, sobre la que se estructurará nuestra política futura que será, esencialmente, democrática.
En estos días se ha dado en el Congreso de la República un voto de confianza al Presidente Jiménez. El voto se refiere a la probidad del presidente, a su proceder honesto en la presentación de un contrato sobre pesca de atún en las costas del Pacifico. ese negociado de los atunes que en el fondo no vale la tinta, papel y verbalismo que se han gastado en él, ha dado entretención académica y democrática a la Cámara y hasta pretexto para declarar justísimamente que el presidente de Ja República es un hombre probo. Suscribiríamos, sin que temblara nuestro pulso, la afirmación del Congreso. Esa cosa pedestre que llamamos honradez la ha tenido la mayoría de nuestros hombres de estado. Aquella honradez que tiene su patron en el decálogo de la ley de Dios y en los artículos del código penal la tiene el presidente Jiménez, pues ninguno de sus actos ha transgredido el mandato de no robarás. no matarás. Esa moral desde luego es la que hace el arquetipo del perfecto hombre honrado.
Cuando el gobernante abandone, dentro de muy pocos dias, la casa presidencial, podrá sacudir sus manos ante el pueblo en señal de que ninguna moneda de soborno se quedó entre sus dedos, pero sus responsabilidades de administrador público, de líder de la nación, no terminan por cierto con ese acto. La democracia que puso en él sus esperanzas en momentos de angustia, en una hora critica en que necesitaba más que de sus luces, de su buena voluntad, no puede darle al salir de la presidencia ni el adiós fugaz que se da desde la ventanilla de un tren.
Porque responsabilidad tremenda tiene quien aceptó en tales momentos, y casi con empeño desesperado, la dirección del pais para llegar al alto puesto y decirles a los costarricenses que la mejor política económica aplicable, a nuestros males era la de dejar hacer y no hacer nada. Las consecuencias de esa política están vivas, como si dijéramos, en la propia carne de la nación. Bancarrota en las economías privadas y bancarrota fiscal, de tal modo acentuada que cuando abandone el poder el señor Jiménez, el fisco queda reducido a un montón de escombros, que constituyen deudas impagables y déficits que serán nuevas deudas.
El señor Jiménez no era el hombre para el momento actual. Llevamos al poder a un leguleyo o si se quiere a un hombre cuyas ideas filosóficas del siglo pasado fueron elevadas a la altura de su vanidad de gobernante, cerrando los ojos ante las realidades que le imponian medidas en favor del bien público.
Pero el señor Jiménez hizo todo lo contrario. Consiguió una moratoria de las deudas externas, cuyos fines eran los de sanear el crédito interior de la República, de modo que la reanudación de los pagos al extranjero nos tomase en condiciones de hacer frente a las duras obligaciones que tenemos que cumplir. el presidente no ha hecho nada de eso, y por el contrario ha hecho subir la deuda interna en proporción desconsoladora y se ha negado, contra la ley y todo principio de respeto a los poderes públicos, a informar al Congreso del destino que ha dado a esos dineros.
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