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38 LIBERACION LIBERACION 39 taria. En el fondo de esta realidad histórica lo que hubo fué otra cosa. Rosas dominó la situación porque representó al campo, al agro, es decir, porque representó la verdadera economía de América. Los hombres del tipo de Rivadavia eran demasiado artificiales para un país como la Argentina de principios del pasado siglo.
La riqueza argentina, esencialmente agraria como la de todos los países de Latinoamérica, por lo demás, se sintetizó en Rosas, que fué un gaucho bruto que, quizás por serlo, trató de combatir en su gobierno tiránico, el comienzo de un nuevo co.
loniaje representado por la influencia del imperialismo inglés. Quizás sin Rosas la obra fecunda de Sarmiento o la agitación ideológica de Alberdi no hubieran tenido la trascendencia que han tenido en la república mejor organizada de Sud América.
El antagonismo de la civilización y la barbarie no ha aparecido en nuestra historia republicana como una de las múltiples consecuencias de las revoluciones de la independencia. En su conflicto está viva más de una herencia de la morfología social del mundo europeo en su afán por anular el fondo de una realidad autóctona que nos dió y nos sigue dando nuestra gran consistencia económica. una contextura indígena se ha tratado de superponer una estructura católica del estado, unitaria y fetichista, que el criollo ha encarnado desde los siglos de la colonia. Este elemento minoritario de nuestra historia post colombiana ha sido el poseedor de la riqueza, la cual ha adquirido despojando al nativo; ha creado, con este despojo inicuo, el gran drama de nuestra América, el que se puede considerar como un drama agrario. El español usurpador de nuestra riqueza, es decir, el famoso encomendero (no hablamos por el momento del yanqui. lo hizo imponiendo su lengua, su sangre, sus costumbres y su religión. Las impuso brutalmente, transplantando el espíritu feudal de España a América y anulando al indio hasta reducirlo a una simple bestia de carga. Es decir, lo confundió con la tierra, para poseerlo más íntegramente, en sus nuevos y vastos dominios feudales. Su concepto teológico, uno e indivisible, de la economía, lo llevó a considerar la tierra, explotada por el único ser que la amaba y que conocía sus secretos inagotables, como Ja única razón de ser del nuevo mundo hasta el punto de que la Iglesia y todo lo que de ella dependía, fué la verdadera dueña de América. Todo el sistema feudal de nuestros pueblos está fundado por la Iglesia y su contenido jurídico se puede descubrir, fácilmente, en las Siete Partidas. La ciudad, en la época colonial, no fué sino el castillo fuerte para defenderse de los otros imperios que pirateaban a través de los mares de la geografia. Por eso las construyó en las sierras, lejos (lel mar: la ciudad serrana es inaccesible a las influencias del mar, la menos peligrosa de las cuales es el pirata. La ciudad latinoamericana, hasta el nacimiento de grandes puertos como Buenos Aires, no ha jugado un papel importante en el gran drama de nuestra estructuración.
Dentro de la concepción teocrática y feudal de la economía que fué definiéndose, el criollo fué amo y señor de vidas y haciendas. El indio se diluyó socialmente; pero su fuerza productora fué inmensa bajo este régimen absurdo, hasta el punto de que cuando el colonizador se dio cuenta de ello, legisló para detener su exterminación sistemática y en aquellos lugares en que fué desapareciendo, lo reemplazó con otro elemento, propio a la esclavitud: el negro, lo cual no hizo sino complicar el problema social. En muchos países de Latinoamérica el problema sigue siendo idéntico, con la sola diferencia que al español lo ha reemplazado el yanqui, el alemán o el inglés.
Tres siglos de unidad feudal, de recia estructura católica, de incipiente ecotoda ella extractiva de implantación de una pseudocultura europea, echaron sus hondas raíces en el hombre y en el paisaje de América. Pero fué una influencia que alcanzó al criollo y no al indio, quien se fué anulando en la miseria de su anonimato y en el dolor de su raza. El verdadero productor de la riqueza cayó en un grado de inferioridad social incalculable, durante el coloniaje.
Sin embargo, en la infrahistoria, siguió laborando el secreto de las tradiciones que nos dan continuidad racial, definiendo, a un tiempo, el sentido americano a nuestra riqueza. El negro, por su parte, como elemento exótico en nuestra historia, nunca se aclimató en la altiplanicie, donde se desarrollaba el conflicto de dos culturas y huyó hacia las costas, donde constituyó auténticos núcleos de civilización, de cuya influencia fecunda y extraordinaria, ni los mismos Estados Unidos han podido escapar. Es en torno al indio latinoamericano y al negro yanqui y antillano en que está planteada la verdadera incógnita del futuro del Continente.
Es este el estado de estructuración en que nos encontró la Revolución de la Independencia. Los grupos feudales latinoamericanos tenían fuerzas para gobernarse por sí mismos, sin necesidad de la intervención de España, cuya decadencia real ofrecia su magnifico ocaso. La Europa de la Revolución Francesa se encargó de darle un contenido político a una lucha que en el fondo era el resultado de un proceso económico, en su estado de maduración. Por eso la Iglesia jugó un papel de primer orden en aquel momento histórico. Fué necesaria la aparición de Napoleón en el escenario del mundo para que hasta el héroe se perfilara con caracteres bien definidos en la gran página de las luchas de la Independencia. Los tratados de Viena que dieron como resultado la aparición de la Santa Alianza de la cual nació la Europa del siglo XIX con sus tres grandes convulsiones de 1848, 1870 y 1914 tuvieron sus inevitables prestigios entre nosotros. Del proceso napoleónico nació la cristalización de las instituciones democráticas y en su arranque heroico se originó el conflicto de las sucesivas revoluciones que no han sido nunca movimientos de masas, sino luchas de señores feudales contra señores feudales, o movimientos indisciplinados de unos cuantos románticos contra los imperialismos crecientes de Europa y los Estados Unidos. Es durante estas convulsiones periódicas en que ha aparecido la rivalidad que enfrenta a liberales y conservadores, con todas sus nuances latinoamericanas.
El conservador ha sido casi siempre el universitario, heredero de la fortuna del señor de la colonia y de las ideas más o menos digeridas del pensamiento burgués europeo. Esa fortuna y esa cultura han sido, en sus manos, una arma de doble filo, pues en sus filas se ha introducido el adversario fácilmente, usando su misma dialéctica para conquistar el poder. Una vez que ha destronado al conservador el liberal ha ajustado su idiosincrasia al más rancio conservatismo porque, por una ley conocida de todo socialista, no se puede superar una clase sino luchar contra ella. El liberal en el poder conquista rápidamente la fortuna y se asimila la cultura del ambiente nivelándose con el adversario de ayer a quien siempre sigue tratando como tal, y termina por convertirse en un nuevo señor feudal. Nunca tiene una masa organizada que lo respalde, responsabilizándolo; lo que tiene a sus espaldas es una montonera que pronto lo abandona para integrar las huestes del enemigo.
Al liberal latinoamericano lo caracteriza, en primer lugar, un jacobinismo a outrance, en una justa reacción al conservador universitario y de médula católica.
También lo caracteriza un sentimiento más hondo de la tierra que lo lleva a ser caudillo de indiadas que se inflaman con sus palabras que nunca entienden. Es la reacción, tan típica en Latinoamérica, del campo contra la ciudad: barbarie y civilización. Su fácil adaptación a la recia estructura conservadora de la sociedad, cuyo pilar fundamental ha sido siempre la Iglesia y su organización económica, desvirtúa este impulso inicial. El liberalismo, en este sentido, ha sido más nefasto en nuestros pueblos que el conservatismo: este último ha seguido un proceso histórico más lógico y aquél ha marchado a saltos, de acuerdo con ideas exóticas y ajeno a todo contenido social. Cuando ambas tendencias han confluído, por la dominación absoluta de una autocracia conservadora o liberal, el resultado histórico de nomia Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.