LeninTrotsky

Charles Shipman, It had to be Revolution, Memoirs of an American Radical ̧ Ithaca, Cornell University Press, 1993, pp. 145-147, traducción del inglés.
---------
vaga idea del papel que nuestro partido estaba —o no estaba— desempeñando.
¿Qué podía yo decirle? ¿Podía él ayudar en algo? La información que poseía acerca del país era, francamente, fragmentada. No se había enterado de que la mayoría de la población campesina era indígena. ¿Contábamos con alguna literatura escrita en dialectos indígenas? (No, los indígenas eran analfabetas). Entonces tendríamos que reclutar a quienes hablaran estos dialectos indígenas. Esos indígenas, dijo, debían ser nuestra prioridad número uno en el campo. (Esta fue una sabia observación, y se la transmití a Alfonso Santibáñez y a José Valadés en mi siguiente carta). El resto de sus comentarios fueron para enfatizar la ubicación estratégica de México en el Hemisferio Occidental. Todo lo que dijo fue una contribución, y todo revelaba la misma lógica simple e impresionante. Era una persona conocedora, concentrada, obviamente preocupada;
era fácil ver por qué la gente que no lo odiaba, se enamoraba de él.
Creo que a mí me pasó.
Había empezado la conversación en francés, explicando que nunca había aprendido el español. Entonces recordó que Borodin le había dicho que yo era norteamericano, y cambió al inglés. Dijo que su inglés era bastante pobre—y así era en efecto—. Pero era mejor que mi francés. Me contó de un libro suyo acerca de la agricultura de Estados Unidos, que había escrito hacía unos años. En ese momento sólo estaba disponible en ruso, pero si me interesaba, le pediría a alguien que lo revisara conmigo. Él creía que probablemente debía traducirse, a menos que yo pensara que ya no tenía vigencia.
Aunque aparentaba informalidad, Lenin se había entrenado para conservar sus energías y su tiempo. Era un ruso bastante atípico en su invariable puntualidad (Trotsky también lo era). Mi entrevista duró quince o veinte minutos.