Bolshevism

M. N. Roy, “Un visitante misterioso”, Memoirs, Delhi, Ajanta, 1984 (orig. 1964), cap. 24.
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gún daño. Sin embargo, no mucha gente tomó en serio su campaña y pronto el asunto pasó al olvido.
El señor Brantwein surgió de su alcoba perfectamente vestido para salir a cenar. Y en el restaurante, cómodamente sentado, estudió el menú y antes de ordenar, me hizo una extraña pregunta: ¿Tenía suficiente dinero? Su bolsillo estaba vacío. El por qué lo explicaría a su tiempo. Una vez que lo tranquilicé asegurándole que no había ningún problema con la cuenta, pidió una elaborada cena y eligió un exquisito vino blanco que venía en una larga botella. Por primera vez probé el vino del Rin—llamado Hock en inglés.
Durante la cena traté de encontrar una oportunidad para hablar de negocios. Curiosamente, y pese a su extraño comportamiento y gustos ostentosamente burgueses, ya no sentía ninguna reserva hacia el tipo. Ahora quería conocerlo a fondo. Como no se abría, recurrí al tono personal:
¿Qué era lo que sabía de mí antes de venir a México? Su brusca respuesta fue para mí la mayor respuesta de la noche: nada. Jamás había oído el nombre de M. N. Roy. Más que una sorpresa fue un rudo golpe. Me sentí completamente desanimado. Parece que en mi subconsciente llegué a creer que un importante bolchevique había venido desde Rusia a verme para algún asunto importante. Una vez rota la ilusión, recobré la compostura y le pregunté que entonces por qué había ido a las oficinas de El Heraldo a ver cuándo podíamos vernos. Debe haber habido un ligero reto en mi tono. Su respuesta fue totalmente irrelevante, pero al mismo tiempo resultó consoladora. Estaba contentísimo de haberme conocido, y convencido de que el encuentro tendría importantes resultados. Tomando mi mano, la estrechó vigorosamente.
Pero yo insistí con mis preguntas: cómo se enteró de mi nombre a los dos días de haber llegado al país, y por qué se mostraba tan ansioso de conocer a un hombre del que