M. N. Roy, “Un visitante misterioso”, Memoirs, Delhi, Ajanta, 1984 (orig. 1964), cap. 24.
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el enigma. ¿Pero por qué estaría él ansioso por verme? ¿Realmente habría hecho semejante viaje desde Rusia con ese fin?
Creerlo sería dar pie a mi vanidad, y yo no era tan vanidoso.
La historia no tenía sentido.
Pregunté a Charlie si la noche anterior había hablado de mí. Desde luego que sí. El Sr. Brantwein sentía una gran admiración por el joven hindú que había alcanzado una importante posición en la vida pública de un país extranjero.
Pero nada dijo de lo que venía a tratar conmigo. Lo que sí dijo fue que este joven hindú tenía que ir a Rusia: le caería bien a Lenin. Aunque todavía sospechaba de todo este asunto, me sentí halagado. La idea de ir a Rusia y gustarle al gran Lenin era embriagadora.
Esperaba impaciente la llegada de la noche. Una especie de fiebre parecía haber atacado mi cuerpo. Sentía la sangre que se precipitaba por mis venas, anticipándose al encuentro con el primer bolchevique. Por alguna razón desconocida, ya no me cabía duda de que el hombre era un bolchevique ruso, y era evidente que quería reunirse conmigo. Que ese fuera su único motivo de la visita a México era algo que todavía tenía que demostrarse. De todos modos, hasta entonces este señor no parecía tener ningún otro asunto que tratar.
Lo reconocí a su salida de las oficinas de El Heraldo en la mañana y lo seguí hasta el momento del almuerzo. Vagaba sin rumbo, no miraba los aparadores, sino la gente, y luego regresó a su hotel. Hombre distinguido y de personalidad impresionante, sin embargo parecía desanimado, particularmente cuando entró al correo y no encontró carta alguna esperándole. Evidentemente estaba desalentado y preocupado. En los primeros años de la edad madura, difícilmente tenía más de cuarenta, de tanto en tanto descansaba sobre el bastón. Me sentí con ganas de acercarme y preguntarle si se sentía mal; pero la discreción aconsejaba precaución; debía esperar hasta la noche. Sin embargo, volví de mi expedición