M. N. Roy, “Un visitante misterioso”, Memoirs, Delhi, Ajanta, 1984 (orig. 1964), cap. 24.
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verdadero bolchevique de carne y hueso—, había llegado secretamente a México directamente desde la tierra de la revolución proletaria. Aunque yo mismo estaba suficientemente agitado por las noticias, el ingenuo entusiasmo de ellos provocó mi burlona pregunta: ¿Cómo lo reconocieron? ¿Tenía barba y un cuchillo en los dientes? Ambos pasaron por alto mi petulancia. No, estaba prolijamente afeitado, vestía un traje del mejor corte, y llevaba solamente el bastón, en la mano, por supuesto. Pregunté seriamente como podían saber que se trataba de un bolchevique ruso, y por qué había hecho todo ese viaje hasta México. Se me había subido la sangre terrorista: debe sospecharse de cualquier extranjero.
Podría tratarse de un espía imperialista británico o norteamericano con intenciones de penetrar nuestra confianza con una historia inventada.
Mi actitud de sospecha de alguna manera desinfló el entusiasmo de los portadores de la gran noticia. Presumiblemente ellos esperaban que yo pegara un salto y empezara a bailar la Carmagnole alrededor de la cama, y ellos listos a unirse en la celebración. Sin embargo, yo también tenía curiosidad. Así que les pedí que se sentaran y me contaran la historia de ese encuentro que habían tenido con la intrigante aparición, a fin de que pudiéramos pensar seriamente qué hacer con él y por él.
Un hombre bien vestido, no muy joven, con tono distinguido, había visitado las oficinas de El Heraldo a primeras horas del día, inquiriendo cómo podía hacer para encontrar a M. N. Roy. Tenía aspecto de extranjero, pero no de indio, aunque con tez oscura. Hablaba con un inglés excelente, con un ligero acento americano; pero sus modales y presencia eran indiscutiblemente europeos. Dijo que había tenido que venir a México, desde los EEUU hacía un par de días por un negocio importante, por lo cual querían contactar al secretario general indio (él usó el término hindú, como los ame-