5. ADELANTE Las 20 horas de Graham Greene en La Habana Un especial interés por América Latina El escritor británico Graham Greene, fallecido el pasado de abril en Ginebra, a los 86 años, dedicó una parte sustancial de su vida a América Latina, tanto literaria como políticamente.
Considerado por la crítica de su país como el escritor inglés más importante de este siglo, publicó su primera novela en 1929, pero sólo con la cuarta, El tren de Estambul, alcanzó la fama. Nuestro hombre en La Habana y El cónsul honorario, ambientadas en países latinoamericanos, fueron novelas llevadas al cine.
Por sus excelencias literarias e informativas reproducimos la crónica que escribiera el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez a propósito de la última visita de Graham Greene a La Habana.
POR GABRIEL GARCIA MARQUEZ ILUSTRACIONES DE POSADA RAHAM Greene hizo en La Habana una escala de veinte horas a la cual le dieron toda clase de interpretaciones los corresponsales locales de la prensa extranjera. No era para menos: llegó en un avión ejecutivo del Gobierno de Nicaragua acompañado por José de Jesús Martínez, un poeta y profesor de matemáticas panameño que fue uno de los hombres más cercano al general Omar Torrijos, y fueron recibidos en el aeropuerto por funcionarios del protocolo dentro de la mayor discreción, de modo que ningún periodísta se entero de esa visita sino después que había terminado. Fueron conducidos a una casa de visitantes distinguidos reservada, en general, para los jefes de Estado de países amigos, y pusieron a su disposición un solemne Mercedes Benz negro de los que sólo se usaron durante la Sexta Reunión Cumbre de los Países No Alineados, hace nueve años. No lo necesitaban, en realidad, pues no salieron de la casa, donde los visitaron algunos viejos amigos cubanos, que se enteraron de la noticia porque el mismo escritor la hizo saber. El pintor René Portocarrero, que fue su amigo desde los tiempos en que Graham Greene pasó por aquí para estudiar el ambiente de Nuestro hombre en La Habana, recibió el recado demasiado tarde y cuando llegó a la visita el escritor ya se había marchado por donde vino. Apenas si comió una vez en aquellas veinte horas, picando un poco de todo como un pajarito mojado, pero se tomó en la mesa una botella de buen vino tinto español y durante su estancia fugaz se consumieron Cuando se fue, nos dejó la rara impresión de que ni él mismo supo a qué vino, como sólo podría ocurrirle a uno de esos personajes de sus novelas. Graham Greene y a mí se nos tiene prohibida la entrada a Estados Unidos por razones que ni los propios presidentes han podido explicar nunca.
en la casa seis botellas de whisky.
Cuando se fue, nos dejó la rara impresión de que ni él mismo supo a qué vino, como sólo podría ocurrirle a uno de esos personajes de sus novelas, atormentados por la incertidumbre de Dios.
Pasé por su casa dos horas después de la llegada, porque me hizo llamar por teléfono tan pronto como supo que estaba en la ciudad, y esto me produjo una muy grande alegría, no sólo por la antigua e inagotable admiración que le tengo como escritor y como ser humano, sino porque había pasado muchos años desde la última vez en que nos vimos. Había sido como él mismo lo recordaba cuando viajamos a Washington en la delegación panameña a la firma de los tratados del Canal. Algunos periódicos especularon entonces que la invitación había sido una maniobra de Torrijos para adornar su Pasa a la Pág.
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