CommunismKidnappingSubversiveSyndicalism

SECUESTRO CAPUCH POR SALVADOR CAYETANO CARPIO no hiriendo propiamente el cuerpo; sino el cerebro, la mente, el espíritu.
En este momento no estoy en situación de saber lo que está ocurriendo fuera de esta sala No estoy en ca pacidad de saber que la amenaza no ha sido materializada; pero que a mi compañera la han conducido a la siguiente sala, en donde continúan los golpes, las terturas, la asfixia. Hasta que, más tarde, es conducida de nuevo a su celda. Pero por mi mente, siguen dan.
zando escenas espantosas. 0 Eso no importa, replica Medrano, puesto que es notorio que dentro del movimiento sindical hay una tendencia a actuar sin la dirección del Ministerio de Trabajo, hay ¿cómo podría llamarlo?. un sindicalismo independiente. El gobierno está decidido a que los sindicatos estén bajo el control y dirección del Ministerio, por consiguiente, todo movimiento sindical que se aparte de eso lo considera como comunista y subversivo y está dispuesto a deshacerlo.
Nada tengo que replicar a esto. Tampoco mi compa.
nera. Nasa replicamos a las amenazas cada vez más irritadas que nos dirigen. Pero la tensión general va en aumento, se siente hasta en el aire, se percibe que en algo más siniestro va a desembocar ésto. Luego, estalla en nuestros oídos, como un latigazo, la siniestra amenaza dirigida a mi compañera. Mirá, desgraciada, si no aceptás declara como queremos, te vamos a echar a la bartolina de los ladrones para que todos ellos te violen.
No puedo impedir que bajo la manta que me cubre el rostro, los labios se contraigan con un teml. ur nervioso. Instintivamente mi compañera se ha pegado junto a mí. Siento su brazo rozando el mío, su cuerpo vibra co.
mo un pajarillo asustado. Silencio absoluto. Están atentos a nuestros movimientos. Esperan nuestra reacción.
Se impacientan. Repiten la amenaza. Por nuestra imaginación, en sucesión vertiginosa, cruzan nítidamente las horripilantes escenas de las bartolinas de ladrones.
Semidesnudos. hacinados hasta lo imposible en ca.
da una de ellas cincuenta o sesenta seres humanos de todas las edades, esqueléticos, la mayoría de ellos con el fuego de la tisis brillando en las pupilas junto a sus pómulos salientes: cubiertos de horribles ulceraciones sifiliticas, famélicos; hambrientos de comida hasta la desesperación y también hasta la desesperación ham prientos de mujer. Qué suerte correría una pobre hembra que fuera arrojada en ese infierno? Es indudable que moriría despedazada, como entre las fauces de lobos hambrientos. Se hundiría en un hululante remolino humano, se perdería bajo oleadas de brazos huesudos, de piernas ulcerosas, de ojos afiebrados, de baba. hasta no reaparecer más que sus despojos despedazados.
Los verdugos no hablan. Esperan. hacen una pausa para que la bestial amenaza golpee como un mazazo sotre el cerebro. Que se expanda por todas las celdillas de la masa encefálica. Que haga enloquecer. La amera.
za está pendiente. Vuelan los segundos. La tenebrosa voz del jefe principal da la orden. Echen a la mujer a una bartolina de ladrones.
Se acercan los verdugos, la obligan a separarse ce mi lado. Na puedo verla, no puedo taladrar la venda que cubre mis ojos. Ella también va vendada. Van ha.
cia la puerta. Cada paso golpea sobre mi corazón y mi cerebro. Tac, tac, tac,. Uno. dos. tres. cuatro. Se handtenido junto a la puerta. La abren. Salen.
de la noche.
Qué inmensidad de dolor puede albergar el corazón humano en un instante! En este momento, al oir que se alejan con mi compañera, no estoy en capacidad de saber que la horrible amenaza no va a ser cumplida; que la orden ha sido dada, no con la intención de hacerla efectiva; sino como una bestial tortura psicológica que tiende a anonadarnos con un choque moral devastador, ahora qué. Estoy en la sala; pero mi peasamiento no puede apartarse de la horrible perspectiva.
Casi no oigo que me están habiando, que están ordenando algo. Qué será lo que me acaban de decir. Ah!
ahora si fijo la atención en las palabras. Desnúdese.
No tengo muchos deseos de obedecerles. Se acercan y me ayudan a quitarme las ropas. Me desnudan com.
pletamente. Me empujan hacia adelante. Unos cuatro pasos, y topo con un mueble. Sigo vendado. Palpo. Es una mesa corriente. Me ordenan tenderme de bruces sobre ella. Súbase más.
Me empujan. Los brazos quedan colgando por la parte delantera de la mesa. Los pies también cuelgan por el lado posterior.
Me estiran un brazo, halándome de la muñeca. Me lo acercan a la angulosa pata de la mesa. El número cuatro. dice un torturador.
Halan más el brazo. Caramba! Me irán a romper la muñeca? El brazo torcido lo atan a la madera. AhoTa el otro brazo. He quedado atado con los brazos abiertos, a las patas delanteras de la mesa Qué más irían a hacer ahora? Me están halando un pie. Más. Tratan de retorcerlo alrededor de la pata del mueble. Me lo amarran fuertemente! Qué duelen estos rozones contra la madera! Halan el otro pie. Estoy des.
patarrado. Atan. Pies y manos quedan fijos a la mesa.
No puedo moverme. Cada esfuerzo hunde más el cordel y la madera en las carnes. Estoy listo para el nuevs procedimiento.
La cara está pegada a la parte superior del mueble.
Me ladean un poco el rostro para que un oído quede sobre la madera. una pulgada de la oreja comienzan a golpear el mueble con toques rápidos, secos. toc, toc, toc. que entre por el pabellon de la oreja, que taladre el oído, que repercuta en el cerebro, que lo aturda, que lo enerve. Toc, toc, toc. Un minuto, diez, cien, más minutos. Mientras una voz cavernosa, monótona, profunda, pregunta, pregunta y pregunta, cien, mil veces, amontonando preguntas sin cambiar la inf.
xión de la voz, casi sin esperar respuesta, leyendo en un test cuyo papel cruge bajo sus dedos, preguntas sencillas, absurdamente sencillas, o escabrosas, fantásticas, mal intencionadas, capciosas. CONTINUARA)
Página CUATRO Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.