Private Property

ADELANTE San José, de Julio de 1953 SAN JOSE. PEKIN (Crónica de un viaje a la Primavera de los Pueblos)
Por ADOLFO HERRERA GARCIA se sas Volvimos al avión y cuando nos dimos cuenta ya estábamos en el aire, sobre Minsk, con la proa puesta a Moscú. Miramos por las ventanillas hacia abajo: todo está cultivado. Vemos de vez en cuando las casitas de las aldeas, de los koljoses, en medio de los trigales; ven las bodegas, los silos, los edificios colectivos, la escuelita entre aquella inmensa esmeralda que espejea bajo el sol otoñal. Es posible ver a simple vista el plan de conservación del suelo que se sigue aqui: los cuadros de cultivos están bordeados de hileras de bosques, y los ríos, las lagunas, las fuentes, tienen vallas espesas de florestas. Desde el avión se aprecia la planificación esmerada y amplísima bajo la que se han tomado las providencias científicas para que el suelo no se agote, no se vaya, no se erosione, ni por el escurrir del agua de las lluvias, ni por las ventoleras de aquellas llanadas. veces, se ha dejado exprofeso sin cultivar un gran pedazo de suelo. En vez de labrarlo, se ha hecho crecer el bosque para que los arboles produzcan sus beneficios en toda la contornada, La planificación es gigantesca, como sólo puede hacerse en un país donde no se encuentren las trabas que siempre opone a planes semejantes la propiedad privada, primer causa de la erosión del suelo.
ya llegamos, transcurren muchos minutos. treinta creo ya llegamos, trancurren muchos minutos. trinta creo yo y todavía no pasamos frente a ella. Cuando llega ese momento, cuando ya la dejamos atrás, siempre la seguimos viendo, con su grácil airosidad, con su combinación obsesionante, de fuerza y de levedad.
Por fin, más allá, comienzan a verse algunas cade madera, de ventanas estrechas. Estamos ya en los alrededores de Moscú. Estas casas viejas son de antes de la revolución. Me imagino entonces los. cren días que conmovieron al mundo. Pienso que de estas casas, en una neblinosa noche de noviembre, saltaron los obreros de Moscú hacia el centro, a tomar el poder, callados, caminando suave, como un ladrón en la noche.
La señora americana me señala un gran edificio.
Dice que es un hospital. Está rodeado de jardines con estatuas. Yo no lo miro mucho. Me obsesionan las casas viejas de antes de la revolución. Miro sus aleros.
Miro sus puertas. Miro sus ventanas. He leído tanto de aquellos días que me parece que yo conozco esas casas, esas esquinas viejas, esos edificios en los que creo que voy a ver las escarapeladuras de los balazos del de noviembre.
ia EN MOSCU AL FIN. las cuarto de la tarde, con un sol que es como el de Diciembre en Costa Rica, bajamos en el aeropuerto de Moscú. Una co nisión del Comité de la Paz ruso está esperándonos. Hay un ruso, bajo, delgado, de unos 50 años que toma nuestras maletas y ordena en aduana que no se registren. Hay una mujer enérgica, bondadosa, se me parece en su cara a Luisa González, que nos lleva a un automóvil alargado, grande, negro, cómodo, de siete asientos. hay una profesora aniericana, que vive en Moscú. cara de institutriz idealista, que se acomoda a nuestro lado mientras el carro el más lujoso en que me he montado hasta el momento arranca potente por una carretera recta, anchísima, en la que se han sembrado a todo lo largo, a uno y otro lado, miles y miles de árboles ornamentales. Vamos para el centro de Moscú. Cinco quilómetros después, sobre la carretera solitaria no hay casas ni edificios a sus lados en un larguísimo trechocomienzan a evolucionar ocho auto. giros. La americana, en inglés, nos explica. Están rociando de insecticidas los sembrados de ese lado.
Parecen moscas gigantes que se detienen en el aire, que se elevan, que se vajan, que retroceden. Nos quedamos viéndolos. No es sino hasta ahora que los conocemos. Pero ya. en ese momento, a la derecha, lejana y aparentemente cerca, empieza a verse la Universidad de Moscú. Es de tal belleza su edificio, que obsesiona. No podemos despegar los ojos de su fabrica monumental, airosa, grácil, liviana en su majestuosidad.
Tiene la solidez de un cañón y la gracia de una girarda! Da la idea, acentada en medio campo, en un prado limpio de edificios, despejado, que es una paloma que va a hechar a volar! tiene veintipico de pisos.
HOTEL NACIONAL.
Ya el carro salió de la carretera y se metió en una calle de Moscú. Un edificio alto, de portalón inmenso, con una corona de estatuas en todo lo alto me llama la atención. Es una de las puertas del Metro de Moscú me dice aquella señora que me sigue pareciendo a una maestra mía de segundo grado.
El carro ha enfilado por la calle, recto. Hay. edificigs nuevos, de alto; hay casas viejas. Pero conforme se avanza hacia el centro, esa calle de los aldeanos se ensancha y por fin, corremos por una avenida de doscientas varas de anchura, con bellísimos edificios nuevos a uno y otro lado, con una hilera de árboles al centro, despejada y clara, sobre la que los aires lavados de Moscú mueven el los múltiples mástiles unas banderas rojas.
Al doblar una esquina, sobre un puente, vemos las murallas del Kremlín a mil varas, con sus torres, en cuyas puntas se encienden las estrellas, y las otras, las torres doradas, en forma de cebolla, que se recortan nitidamente contra el celeste de la tarde moscovita. En el otro lado de la calle una rúa anchísima, tan ancha y tan clara que da una sensación de desahogo, se detiene el carro. Nosotros bajamos. Estamos en el Hotel Nacional.
La puerta es de cristales. Se empuja. Un ujier uniformado, de cabellos blancos, nos saluda, nos toma las mare.
tas, y nos lleva a la oficina. Hay una mujer de cuaren a años. una muchacha de 20. Las dos sonríen. Nos piden los nombres, y luego nos mandan al ascensor. Subimos al cuarto. Es una suite con oficina, sala, baño y dormitorio. Los muebles tienen una rancia aristocracia antañona que sin embargo, sin haberla disfrutado yo nunca, sin saber por qué, me es familiar. Pongo las maletas en er suelo, me dirijo a la ventana, la abro y miro. Frente a mí está el Kremlín, que comienza a encender sus estrelas rojas, en la dulce agonía del véspero otoñal.
CONTINUARA Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.