Capitalism

ADELANTE San José, 21 de Marzo de 1953 SAN JOSE. PEKIN (UN VIAJE LA PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS)
Por ADOLFO HERRERA GARCIA HOLANDA EN BICICLETA. Estuvimos en Holanda a la ida y a la vuelta seis días. Los dedicamos a pasear, a conocer, a meternos en todas partes.
Navegamos por los canales que llaman gracht. y por uno de ellos, en la tolda de una lanchita, salimos hasta el mar abierto, frente a los astilleros y los muelles, donde do cenas de barcos esperan el zarpe hacia los cuatro rumbos, o la carena que hacen a prisa, subidos en andamios, sobre las olas verdes, obreros en overoles.
Nos apretujamos en los tranvías a las horas de salida del trabajo, dando y recibiendo codazos, en aquellas aglomerciones con matiz de motines, de las que, en la esquina, los que vamos en el centro del tranvía creemos que no vamos a salir nunca.
Nos acomodamos en los trenes, hacia Haarlem, hacia La Haya, para ver desde la ventanilla del carro, o cuando bajamos, sentados perezosamente en un tronco del camino, el paisaje campestre holandés, cándido, de serena alegria, hecho todo por el hombre, con ese aire que ni los almanaAques ni las tarjetas postales copiaron de él, sino el de las litografías: planicies verdes, de césped recortado y fresco.
sin cercas, divididas por las aguas tranquilas de los canales, que huyen en todas direcciones, entre cuadros de gladiolas y casitas bajas, de madera, rodeadas, bajo la dulzura de la tarde, por las vacas, con esquilas que buscan el pienso. a distancias calculadas los molinos de viento moviéndose, diciéndole adiós a los viajeros, gritando la propaganda del paisaje holandés.
Eduardo, que por segunda ocasión está en Holanda, me explica que los célebres molinos de viento nada tienen que ver aquí con ninguna molienda. No es para la harina entonces. No, hombre! Son para mover las bombas que traspasan agua de un canal a otro. Esa es una de sus misiones. la otra. pregunto yo, admirado de tanta nove.
dad. La otra es para darle carácter al paisaje holandés.
Sin el molino de viento se acabaría este cromo tal como lo quieren ver los turistas.
En La Haya se presiente la apacibilidad aperezada que la burocracia le imprime a todo. Sus anchos canales, entre las calles, con sombras lentas de sauces y castaños, de aguas que se aquietan dulcemente; sus barrios residenciales, amparados por las arboledas de sus jardines y por aquellos si: lencios tan de persianas bajas en pleno día, en los que se siente el murmullo rezongón de la siesta, de la pereza. de eso que llamamos en Costa Rica llevarla suave tranquilizan los nervios, y aun en sus avenidas céntricas, donde existe más animación, menos árboles, menos edificios tapizados por fuera con enredaderas, le entran ganas a uno de moderar el paso, de no apresurarse por nada, de dejarse engordar.
Si no se hace eso, es por las bicicletas. Chiquillos que no están todavía en la escuela; ancianos que corren hacia el cementerio, en la espera del catarro definitivo; viejitas que son bisabuelas; universitarias rollizas, obreros, cam.
pesinos, pastores protestantes, ministros de la Corona, todos se deslizan peligrosamente sobre dos ruedas. En bicicleta Se mueve toda Holanda. Holanda hace equilibrio. Hace equilibrio, tanto sobre las dos ruedas del vehículo más popular, como en su vida interna, subida también en las dos altas y más peligrosas ruedas de su propio capitalismo, que recorta el cupón. y del imperialismo yanki, que la retuerce a hacer lo que no debía hacer.
Pero por lo visto, aún les gusta andar en bicicleta. Parece que no se han dado cuenta de que sucede a veces que el ciclista, en la de menos, da contra una piedra y sale disparado sobre las manivelas.
EQUILIBRIO DIFICIL. Un universitario alto, pelo castaño, apresurado en todo, nos confirma, sin saberlo, el esta do de peligroso equilibrismo ciclista de Holanda.
El muchacho estudia química industrial. En las vacaciones es el cicerone de una de estas lanchas que, atiborradas de turistas, navega por los canales. Con las propinas paga sus estudios.
Al navegar por un canal estrecho, oscurecido por las siluetas negras de los edificios, viejos de cuatro siglos, cerca de La Torre de las Lágrimas en la parte vieja de Amsterdam, por cuyas callejuelas sombrías se imagina uno que va a salir, en jubón, gorguera y espada en mano, el Duque de Alba, vemos una larga cola de gente ante la puerta de una casa medieval. Qué es. le preguntamos.
Contesta. El Monte de Piedad.
Está mala la cosa, eh. Muy mala. Por qué. Mucha competencia extranjera. Competencia extranjera?
Entonces nos explica que el 75 por ciento de las expor.
taciones que Estados Unidos le mandan a Holanda entra sin cubrir impuestos de aduana. Cómo va a ser eso, hombre. Detalla entonces. Los tratados comerciales. el corolario de todo. Dice el periódico de esta mañana que hay 150. 000 desocupados en Holanda.
Ese dato lo confirman también en tristes valses vieneses, los violines del ejército de mendigos que los tocan en los parques, ante un sombrero en el suelo, para les monedas, cuidadas por un perro más melancólico que el vals y que su amo.
En un restaurant, donde se sirve de pie al cliente, nos dan un sandwich que a mí no me gusta. Eduario, medio sospechoso, lo huele. No tiene mantequilla. Es margarina.
Holanda, país ganadero por excelencia la fértil vaca de ubres rosadas es siempre holandesa en la mente de todo el mundo reduce el consumo de mantequilla y aumenta el de margarina.
El chofer que, con su parada ahí cerca, nos ha hecho siempre los servicios, amigo nuestro ya, pese a que, estan(Pasa a la Pág. 6)
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