Núm. 76.
VIA LIBRE EL MILAGRO de que ardiera constantemente, levantándose a veces durante la noche para orar de rodillas, mientras cerrando los ojos creía ver el miserable cuartucho donde dormia su hija.
por JACINTO OCTAVIO PICON.
Damáin y su mujer Casilda, él de cuarenta y cinco, y ella de algunos menos, tenían en el ba rrio fama de ricos, y sobre todo de roñosos. No se le les podía tildar de avaros, pues en vivir bien, a su modo, gastaban con largueza; pero la palabra prójimo era para ellos letra muerta.
De ataban su holgura la bien rellena cesta que su criada Severiana les traía de la compra, la co tosa ropa que vestían, y algún viaje de veraneo que, aun hecho en tron botijo, era mirado por los vecinos como rasgo de insolente lujo. Además, con cualquier pretexto, disponían comidas ex traordinarias o se iban un día entero de campo con coche que les llevara a los Viveros o El Pardo, y esperase hasta la puesta del sol, trayéndoles bien repletos de voluminosas tortillas, perdices estofadas, arroz con muchas cosas, magras de jamón y vino en abundancia.
De estos despilfarros sólo protestaba la vecindad con cierta disculpable envidia: lo malo era que marido y mujer no comían ni se iban de campo solos, como recién casados o amantes de poco recién casados amantes de no tiempo, sino que siempre les acompañaban dos hermanos, Luis y Genoveva, de los cuales el primero cortejaba a Casilda, mientras la segunda bromeaba con Damián: si el tal cortejo era platónico y las tales bromas inocentes, ellos lo sabrían: pero un conocido que les vió merendando más allá de la Bombilla, decia que aquello era un escándalo, que cuando les sorprendió, Luis tenía a Ca.
lida cogida por la cintura, y que Genoveva retozaba con Damián.
En cambio, había en la casa donde vivían, gentes, peor enteradas o menos maliciosas, para quienes nada pecaminoso manchaba aquellas amistades las cuales explicaban diciendo que Luis y Genoveva eran dueños de una cerería; que Casilda y Damián eran exageradamente devotos, tanto, que gastaban mucho dinero en alumbrar los altares, y finalmente que de esta suerte, unos a fuerza de vender y otros de comprar cirios y velas, llegaron a ser amigos íntimos.
Replicaban los maldicientes que el gasto no pasaba de ser un medio indirecto de favorecer a los dos hermanos, y que no en cera insípida, sino en en miel dulcísima, estaban fundadas aquellas relaciones.
Lo que nadie podía negar era la piedad, el fervor, la devoción de Casilda y Damián, Antes faltaba en la iglesia el campanero que ellos a oir una de las primeras misas, cuando no la del alba; confesaban y comulgaban todas las semanas; d: cuando en cuando hacían ofrendas en metálico para mayor boato del culto; vestían a los santos, y hasta shlian llevarse a su casa ropa de altar y sitcristía, devolviéndola limpia, planchada y rizada primorosamente. Pero fuera de lucos para la iglesia y obsequios a sus amigos, que no les hablasen de sacar dinero del bolsillo, como no fuese en provecho y regalo propio; jamás prestaron un duro, ni dieron un perro chico; no conocían el favor, sino por pedirlo, ni la limcsna, sino por saber que otros la hacían.
Quien hubiera podido retratarles de cuerpo entero era Severiana, la criada, infeliz mujer obli.
gada servirles y aguantarles por la más triste de las causas. pobre de ella como Damián y Casilda llega ran a enterarse! De fijo la despedirían sin compa.
sión ni remordimiento. Buenos eran tratándose de ciertos pecados!
En la casa donde antes estuvo Severiana fué fub seducida por el amo, que la despidió brutalmente huyendo luego de Madrid, en cuanto supo las consecuencias de su pasajero capricho. La pobre muchacha tuvo una niña, y en vez de evarla a la Inclusa, como algunas conocidas le aconsejaron, se la confió a una parienta que la cuidase, ofre.
ciendo en cambio matarse a trabajar para pagar las mesa las. Desde entonces, como lo que Severiana más temía era quedarse desacomodada, no había impertinencia que no sufricse ni fatiga que no sopcrtara. Era una criada modelo, sumisa, respetuosa, incansable y callada. Lo hacía todo; piri.
mero los menesteres vulgares de la casa, teniendo las vasijas de la espetera como si fueran de oro, y los muebles como si fuesen nuevos; luego ayudar a Casilda en la costura; lavar y planchar lo que traía cada semana de la iglesia; y por último, para captarse sus simpatías y las de su marido, se encargó del niño.
Así, familiarmente, ni más ni menos que si si fuese pariente suyo, llamaban marido y mujer a un niño Jesús que tenían en el gabinete, colocado sobre una antigua mesa de hierros y patas torneadas, con un monumental florero de trapo a cada lado, y una lamparilla delante. Era de tamaño natural, huérfano en absoluto de valor ar.
tístico, pero les parecía notabilísimo, y sobre todo, muy propio: el marido aseguraba que era talla de Alonso Cano; la mujer se lo atribuía a Juan Sebastián El Cano, y ambos creían recordar que un inglés pretendió comprárselo a peso de oro a la tía de quien lo heredaron.
Representaba cuatro o cinco años, estaba en pie, sin más traje que una camisilla muy almidonada, tenía tras la cabeza un sol de metal blanco, la de mata blanca mano derecha extendida con el índice y el dedo de indice el dedo de corazón muy tiesos, como bendiciendo a las gentes, y en la izquierda sostenía un globo azul sal.
picado de estrellas: el pelo rubio, muy ensortisorti.
judo, los cjos intensamente azules, sin vida ni ex presión, semejaban enormes cuentas de vidrio, las pestañas recias y mal puestas, como cerdas, Al acerse Nochebuena, Casilda y Damián dis.
pusieron en obsequio de Luis y Genoveva, una cen. opípara.
Sopa de almendra, besugo, pavo, ensalada de lombarda cocida, infinidad de golosinas: para el centro de la mesa un castillete de guirlache, y para que fuese todo bien regado, Valdepeñas y Champaña de a doce reales botella. La cocina parecía un puesto de la Plaza Mayor y el come.
dor una tienda de ultramarinos. Cómo se iban a poner el cuerpo. qué tristeza tan honda sentía la pobre Severiana! Haría la cena, la serv ría, fregiría. y luego tendría que acostarse sin dar un beso a su hija.
Pero después de anochecer comenzó a cavi.
lar. las cosas se le caían de las manos. no estaba su voluntad en lo que hacía. De pronto se dibujó en sus labios una sonrisa y los ojos le brillaron entre alegre y maliciosamente. Los amus habían ido al teatro con sus convidados, para hacer tiempo. Aún tardarían bastante. Además, luego se irían a la misa del Gallo, y al volver se acostarían en seguida.
Cogió un mantón y el picaporte, echó escaleras abajo, se metió en un tranvía y antes de una ho.
ra volvió trayendo en brazos a la niña dormidita y con una pelota entre las manos: la acostó en su cama y la durmió con un cantar. No que ía más que tenerla a su lado las últimas horas de la noche, darle algo del postre que sobrase y dormir con ella.
Aquélla sí que sería Nochebuena! La pobrecita no lloraba nunca y era difícil que la descu.
briese. Además, no habían de ir a registrar e el cuarto. Ya sabía ella lo que pasaba cuando disponían semejantes francachelas: primero cuarteto de comentarios sobre si tal o cual hermano te.
nía o no manos puercas en la administración de la cofradía; y luego, cuando iba decayendo la charla, formación y aislamiento de duos: Casilda y el cerero se quedaban en el gabinete, discu.
tiendo la elocuencia de un predicador, mientras Damián y la cerera se iban al cuarto de la plancha. Lo peor sería que rompiese a llorar la nina. Pero en último caso. que podia suceder. Que se supiera todo? Pues no le faltarían casas.
Cuando sus amos volvieron, la oyeron cantar desde la escalera. Quién sería la madre que parió a Judas?
Qué hijos tau indinos paren algunas!
tan sonrojadas, tirando a rojizas, que parecían de muñeco para estudio anatómico; toda la figura, en fin, exenta de la divina gracia y dulce poesía que debiera tener.
Severiana, que recordaba haber visto en su lu.
garejo uno por el estilo, le cuidaba y atendía cual si fuera de carne y hueso: su espí itu inculto, pero delicado, establecía una relación misteriosa entre aquel Jesús y su niña. Eran poco más o menos de igual altura: él, a pesar de las malas pinturas, y ella, a pesar del descuido y desaliño que la afeaban, sonreían con dulzura inefable: el Hijo de Dios calumniado por un artista ramplón y la Dios calumniado por un artista ramplón y la criatura abandonada por un padre infame, desper.
taban en ei entendimiento de la pobre criada setsaciones análogas y dulcísimas: cuando abrazaba a la niña se le venía Jesús ante los ojos, y al rezar a los pies de la escultura su imaginación volaba hacia el fruto de sus entrañas, creyendo ver puri.
ficada por mediación de la sagrada imagen la falta cometida.
La verdadera creyente, la devota sincera de aquella casa era Severiana: sus amos pagabon el aceite, pero ella encendía la lamparilla, cuidando Estuvieron un rato bromeando en el gabinete, mientras se hacían los últimos preparativos, y luego pasaron al comedor, que era la pieza inmediata, sin más separación que una puerta.
Casilda cenó junto a Luis, y Damián al lado de Genoveva.
El buen humor, empujado por el vino, co.
menzaba a hacer de las suyas: las dos mujeres, menos acostumbradas a la bebida, decian mil atrevidos disparates; Damián y Luis hablaban como en el café, contando cuentos verdes; por último, Casilda, algo alegrilla y deseosa de des.
plegar lujo, encendió todas las bujías de dos candelabros que adornaban la chimenea. Celebróse la ocurrencia con grandes risas, Damián quiso apagar una vela de un taponazo de Cham TEATRO TREBOL liEmulsión Imperial!
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