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"El ambiente tico" y los mitos tropicalesOreamuno Unger, Yolanda (Costa Rica) (1916-1956)

REPERTORIO AMERICANO 169 92 El ambiente tico y los mitos tropicales Envio de la autora. San José de Costa Rico, y morzo de 1939.
Para don Joaquín García Monge, que ha sufrido con decoro todo esto.
Si Ud. es extranjero y llega a Costa Rica, hay desde el muelle de entrada un gran culpable que se cierne sobre el país y al que se le achaca todo lo malo que sucede. y que sucede mucho: es el ambiente. Las culpas hasta la estación en San José son relativamente pequeñas; la lentitud de los mozos, lo sucio de la comida, las frecuentes paradas en las estaciones rurales, los precios y la atención. Pero eso en realidad no justifica la negra reputación que tiene el ambiente.
Sólo se descubren sus verdaderos y grandes pecados cuando el extranjero inquieto, ya un poco familiarizado, se atreve a buscar la parada de la calle central para un poco (die charla bajo el Diario de Costa Rica, o si ya más experto, nos busca a los intelectuales para un palique de ribetes literarios. Entonces sí. Soltamos todo. Aparecen y menudean los delitos y nosotros, nuestra inercia y nuestra incapacidad, quedan ampliamente justificados. La culpa la tiene el ambiente. BAIXENCH Yolanda Oreamuno (1938)
Esa palabra vaga e imprecisa, adquiere en Costa Rica. no sé si en el resto de América)
una significación diferente de la que le dan el diccionario, la terminologia corriente o las necesidades diarias.
El ambiente puede ser: azul en el Mediterráneo, agitado y violento en los Estados Unidos, colorista en México, sadista en Turquía, rococó en el Japón (que por culpa de la propaganda es actualmente el heredero legítimo del bastardo recocó. En Costa Rica es negro.
Yo entiendo por ambiente en términos generales, la atmósfera vaga pero definitiva que van haciendo las costumbres familiares, el vocabulario de todos los días, la política local, el modo de vivir y la manera de pensar (que frecuentemente son antípodas. Pero no niego la realidad de su influencia ni su vasto radio de acción.
En Costa Rica esas acepciones no valen. El ambiente es una cosa muy grande, muy poderosa y muy odiada que no deja hacer nada, que enturbia las mejores intenciones, que tuerce la vocación de las gentes, que aborta las grandes ideas antes de su concepción y que nos mantiene mano sobre mano esperando siempre algo sensacional que venga a barrer esa sombra tenebrosa y fatídica.
Pero si queremos ser realmente honrados y consecuentes con nuestro objetivismo, debemos reconocer que esa posición de cómodo estatismo es nuestra culpa, que el ambiente lo llevamos dentro de nosotros mismos y que somos nosotros los que lo hacemos, lo especulamos y lo mantenemos. No niega lo anterior, que haya una especie de influencia, en cualquier momento superable, que viene desde la mediocridad de la cuna, la mediocridad de nuestra economía y de nuestra política. Lo que yo niego es que el término sea justo y que los cargos estén bien enrostrados.
Dos son los cargos que con caracteres de enfermedad nacional, si merecen un estudio serio: la ausencia casi absoluta de espíritu de lucha, y la deliberada ignorancia hacia cualquier peligroso valor que en un momento dado conmueva o pueda conmover nuestro quietismo.
El espíritu antiagresivo se manifiesta en un miedo campesino a lo grande y en un gusto esporádico por lo pequeño; la deliberada ignorancia actúa como un simple procedimiento eliminativo, no de los malos para dejar al eficiente, sino de los peligrosos eficientes para dejar al apócrifo e inofensivo.
La culpa de todo esto viene de viejo.
Nuestro pueblo no se ha hecho a sí propio, la civilización le vino como un regalo y la cultura continúa llegando como un producto de importación que todavía sufre impuestos prohibitivos. Heredamos la civilización europea como un capital que manos extrañas hicieron, manos extrañas que vinieron en plan de explotación, nunca con la intención de afincar, y que si afincaron fué como parásitos porque no había mucho que explorar. En vez de ser una expoliación rápida de amplios rendimientos, nuestra conquista fué un lento negocio burgués a largo plazo y con poco capital. Nos han quedado como lacras la ausencia total de sangre corajuda que dejaron regada en otras tierras los audaces españoles de látigo y espada.
y la mediocridad del negocio pequeño, sin peligros y sin grandes ganancias. Con un poco de cosquilleo morboso nos lanzamos, siempre apoyados en la timidez y la posibilidad de volver atrás, hacia lo viable que no presenta grandes riesgos, conseguimos no sin algunas dificultades estar a la moda, pero lo estamos.
Cometemos todos los días infinitesimales pecados que se corrigen con un más pequeño arrepentimiento y con una recaída en otro pequeño pecado a la moda. La reincidencia constante no empaña nuestra inmaculada honradez, y podemos usar tonante para acusar los grandes pecados de los grandes países que no padecemos Hasta el paisaje es complice de nuestra sicología. Se acabaron al norte los grandes acantilados en donde el agua puja mugiente todos los días, los inmensos desiertos arenosos y hostiles, los pavorosos fríos; y hasta la inclemencia tropical, no nos pertenece del todo. Nuestro paisaje es un cromo. Un cromo delicadamente lindo. La casita se recuesta aperezada en el potrero, el maizal o el cafetal, es limpia como un ajito: el árbol está siempre verde, y no hay ni molestos deslindes entre verano e invierno que nos hagan pensar seriamente en climatología. No sufrimos pavorosas sequías ni inmensas inundaciones. Las montañas son siempre desesperadamente azules; octubre y enero son jugosos en humus fertilizante; hay tierra bastante (y bastante mal repartida) sin que este paréntesis afecte en forma seria nuestra beatifica tranquilidad La casita pintada de blanco, con las tejas muy rojas, y una franja azul furioso a la altura de las ventanas, continúa suavemente aperezada, en un romántico amor interminable con el campo siempre verde y el arroyo nunca seco. El concepto de lo grandioso, de lo inmenso, la sensación de pavor primitivo, mueren con el paisaje desmesurado muy al Norte y aquí, en cambio, el miedo salvaje se convierte en simple precaución. Sólo más al Sur, en cambio, ya en la costa peruana, recuerdo que comienza nuevamente la sensación de aridez, de impotencia ante la naturaleza, de lucha recia y viril con lo imprevisto Esta no necesidad de lucha trae como consecuencia, un deseo de no provocarla, de rehuirla. Preferimos no hacer frente: abstencionismo.
Al que pretende levantar demasiado la cabeza sobre el nivel general, no se la cortan. No. le bajan suavemente el suelo que pisa, y despacio, sin violencia, se le coloca a la altura conveniente. Si Ud. escribe hoy un artículo fuerte y asusta con ello a la crítica, y es tan necio para mantener el tono en el siguiente, si ayer apareció en la primera página de los diarios a grandes titulares, mañana aparecerá delicadamente colocado en la página literaria, pasado mañana en la sección deportiva, y si prosigue llegará a ocupar un sitio en la página social. Rápidamente, sin pleito ni molestias, Ud.
está silenciado. Ni el sensacionalismo periodistico nos gusta.
Costa Rica acogedora recibe con los brazos abiertos a los emigrados políticos de toda América, a las víctimas de o tiranía. Los periodistas le hacen una visita, le toman el pulso, y si ven que el señor insiste en su innata VOZ Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica