Amauta 73 del indio y dió un golpe al edificio de la inflación de valores intelectuales y morales mostrando el engaño político bajo muchas inocentes formas y el engaño literario y artístico bajo maneras arqueológicas.
Hay una organización tácita nacional mediante la cual se mantiene un intercambio de complacencias y un mutuo ignorar los defectos capitales; defectos que en la ética social y política de los prohombres se pueden advertir sin esfuerzo especialmente cuando abandonándose el estudio de lo que dicen, se observa lo que hacen y los resultados 80ciales de sus hechos. Este sistema de las debilidades permite desarrollar, frecuentemente, jugosos estudios acerca de la teoría de nuestros políticos e ignorar, paralelamente, en lo absoluto la praxis de aquellas teorías o sea se pospone el valor real, social del sujeto por el relativo va or intelectual inmóvil y momificado cuyo producto exterior se resvelve, naturalmente, por la abstención o por el olvido de fundamentales deberes sociales ante las menudas necesidades de respetar situaciones contingentes y amistosas. Este concepto no se detiene en la seudo crítica política sino que se infiltra a todas las esferas del sentido crítico. En arte literatura, por ejemplo, dioses lares han sido sistemáticamente ensalzados y glorificados y aunque a soto voce se haya insinuado el desconcertante material ornamental constitutivo, lo cierto es que ideólogos de la ciencia colonial, investigadores retóricos de frailes célebres. ceremonias universitarias y cantores de la virtud transitoria modelada por una orientación permanentemente caduca, han obtenido un sistema de definiciones, estudios, críticos elogiosos, sin interrupción y nadie se ha atrevido a excepción de Ma:iátegui a decir una verdad evidente ni nadie tampoco ha incorporado a su método de investigación cierto sentido social, alguna directiva materialista que hiciera ver sin eufemismos la traición a su época, la postergación del mensaje humano y sobre todo la esterilidad para el agregado, social, de su obra. Esto es evidente hasta que Mariátegui aparece en la escena intelectual con su sentido social del hombre se dá con el hallazgo ocultado cuidadosamente por varias generaciones que nada se había hecho para resolver con eficiencia los problemrsas peruanos y que, entre ellos, el de la tierra comprensivo de la mayoría de la población, acreditaba la supervivencia de un sentido feudal señalado por el latifundio y por el régimen del trabajo identificable a la servidumbre. Muchos otros fueron sus descubrimientos y aunque sus conclusiones no estuvieron maridadas con aplastante erudición, lo evidente es, que merced a su certera visión y a su intuitivismo casi genial llegó a la médula con más seguros pasos que la generación estudiosa y futurista, a la que es conveniente adjudicar que su versación erudita no le impidió desertar del panorama nacional en hora cúspide, ni elaborar un programa en el que las cosas nuevas no rozaron siquiera el fundamento que tanto se esperó en ese entonces.
Como significación peruana, Mariátegui, supera a todos los escritores que le antecedieron. No vamos a repetir aquí la calificación de extranjerización y de abstraccionistas. La historia intelectual del país se dividirá dentro del algunos años en aprés Mariátegui y post Mariategui, pués él señala la muerte de la retórica histórica con la instauración de un sentido científico, concreto, de realidades, marxista lo llamó él en un momento en que necesitaba definirse para restallar su convicción en la precedencia del hecho económico y su desencanto absoluto en las