Amauta 67 este titudinario, siquiera sexuada varonía. Con la actual generación muy diverso. Antes que el condumio decadentista es posible el arrebato profético. Es verdad que nuestro concepto del Inkario, en lo estético, no es el de Valdelomar, como en lo sociológico, no es el de Aguirre Morales, los dos colónidas de mayor personalidad, de más sentido nacionalista, de cultura más seria, de obra. más valiosa y medular. Concedido que este momento peruano esté fuertemente influenciado de indigenismo tenemos que reconocerle, llanamente, las características de una biología nacional en presuroso devenir. Lejos del proteccionismo de los intelectuales católico coloniales; lejos del malthusianismo de los aristócrata gerarquizantes; lejos de la demagogia criolla, en movimiento cabe holgadamente el marxismo de Mariátegui; la interpretación histórica de Valcárcel, lo que es más, una solución de continuidad inspirada en su enseñanza; y la transformación étnica que propugna Uriel García, en que es factor operante el complejo telúrico, pues, como es de rigor, estos dispositivos concurren a la formación de una entidad revolucionaria dentro de formas nacionales. Ello es tan cierto, que si Mariátegui no conoció de visu el ayllu, a causa de este ritmo, se le reconocen la proximación de juicio, excelencia de deducción, lo radical y definitivamente acertado de la actitud. es que, al mismo tiempo, si un conocimiento directo suele dar la clave de un problema, porque la realidad atesore en su misma virtualidad objetiva el secreto de su intima virtualidad, hay, en los hombres de acción, un factor que suple su carencia: la capacidad del fervor, que bien podría traducirse como un instinto del hecho. Mariátegui tenía capacidad de místico aunque parezca paradojal fervor de creyente. hombre con doctrina y fe definidas, puede no ser un espectáculo mental, pero es una actitud severa.
El crítico constatará en su obra la metódica y progresiva aplicación del materialismo histórico a nuestros problemas. Junto a este aserto.
hay que indicar otra condición valiosa de su personalidad de maestro: la sana, racional, artística cualidad de imponer a los pensamientos el marco vivo, exacto, preciso que les corresponde, de donde resulta que si sus especulaciones admiran por la densidad del contenido, halagan, suscitan por la nobleza y serenidad de la forma: una expresión cabal es una medida exacta. Vale decir, una expresión propia, adecuada, en el ser es la mitad del ser. Por algo el fiat lux es la metáfora más útil que inventó el dios de Adán. En la medida de los hechos se encuentran palabras precisas. De esta aptitud eurítmica al hedonismo literario hay, seguramente, mucha distancia. Tan bien escribía Mariátegui, tan personal y dinámico era su estilo, que hubo peruano capaz de rememorar a Annunzio con motivo de su muerte. Una admiración, no acusa, rigurosamente, una analogía. El señor Heysen atribuye a la gramática de José Carlos Mariátegui, aristocracia, y aristocracia nietzscheana; annunziana, sosteniendo que el suyo no podía ser un arte de proletario. No extraña esta actitud en un aprista. Parece que el aprismo tiene una doble personalidad: elevada, gradilocua, para el claustro; y baja, grosera para el trabajador.
Por proletarismo ha de entenderse la función de equilibrio de una clase, nunca la ennidad de su depresión. Para el concepto grotesco que señalo, proletario sería un arte inferior, porque así como el artista supedita su limitación, su encaje depersiado, obra de la burguesía, deja de ser proletario. Esto se conecta cercanamente con unas afirmaciones de Haya de la Torre, respecto también de Mariátegui. Haya