José Carlos Mariátegui

Amauta 65 si antes no es cultura. La cultura, no obstante, es obra de ese hombre sin trabas, de ese hombre instintivo que revela el soma de la tierra, licor tremendo. Mariátegui se comporta así. En una de sus cartas me decía que debíamos rumbar al cataclismo. cómo me gozaba yo trémulo de saber así a José Carlos! Su temperamento de escritor, con todo, es de aquellos que devuelven en ternura el ácido y la tragedia de la vida. De sus largas horas de proletario, de niño proletario obligado a pensar cuando sólo tenía 12 años, le viene su estilo, de gracia alada, de severidad y serenidad experimentadas, de pureza de agua, de agua de manantial para bebida por menesterosos y pudientes. Así se hizo, al fin, indispensable. como le han dicho en la Argentina voces de humana cordialidad. Además del escritor, tan alto como el hombre, un avesado crítico de su país reconoce que Mariátegui, sin jactancias, se propuso realizar y lo consiguió la estatura del hombre libre ¡Cómo no! Ya lo era desde que la sabiduría en el fué un ejercicio de conquista personal, una rebelión en contra de su propia fatalidad. La América İndígna, que es la nueva y futura América, esperaba recibir el mensaje de la vanguardia peruana de labios de Mariátegui. Eso quiere decir que ninguna voz nuestra obtuvo tanta representación espiritual en el mundo. de su prensa políglota sale un rumor, cada vez más creciente, que da la medida de cuánto se apreciaba, se avaluaba, a este hombre nuestro cuyo organismo miserable era, apenas, un mínimo pebetero para el incendio trascendental que venía a suscitar.
Pero no se honra el júbilo de la primavera con las cenizas de la tribulación; y de este hombre de alma matinal, no se traza un epicedio! Declina en aquel estado que los místicos llaman de santidad. La muerte, entonces, para él, lejos de ser la reversión en el sentido de Bruno, es como la parenquima del trigo presto para la siembra, entraña, terquedad de vida. El realiza entre nosotros las dimensiones del escritor nativo, y, por tanto, del maestro. todo escritor debe ser un maestro del periodista innato, del registrador de ideas, al cual, en fuerza de madurez histórica, el país concede sentido de conductor, lo hace su vehículo más organizado y completo de agitación. En su libro Escena Contemporánea se vá esta oscura obra del instinto de un pueblo.
Es el fruto de aquella llamada por él y Sanin Cano, la obligada estación europea del espíritu moderno, funciona para esta interpretación, como la contracción de los nervios, a través del esqueleto, en el momento que precede al salto. Todo el registro del intelectual se tonifica en el viaje por la escena del mundo contemporáneo, para arribar a la cristalización del estadista y el apóstol que da origen a Siete Ensayos de nuestra realidad. Su tarea de escritor aparece vinculada a su acción de caudillo, y por lo tanto, son indivisibles, siendo éste el secreto práctico de su perduración, de la vibración de su genio en las generaciones actuales del Continente. Sólo subsiste decíael escritor con prole, el suscitador, el precursor. Son condiciones ampliamente satisfechas por su obra. Los escritores bizantinos mueren con frecuencia junto a sus libros, y, a veces, después de ellos. En el Perú sólo Prada y Mariátegui cancelaron su deuda en sus discípulos. Vencieron la limitación del tiempo en la inquietud de los jóvenes.
De Alvaro Yunque es esta cláusula de sabor proletario: