José Carlos Mariátegui

Amauta 79 za, ni es cierto el dicho popular que confunde al Perú con el oro, suponiéndolo exclusivamente minero. El Perú en una gran extensión es. un país agro pecuario. Lo fué históricamente; sus regnícolas no fueron otra cosa que pastores y agricultores; su organización social y económica no tuvo otra base. Si este es el factor preponderante en la vida económica del país, es evidente que su problema educativo no puede cambiar de rumbo.
Pues bien, el indio es el único que trabaja las tierras, sin embargo es el único que trabajándolas no las posee, o que poseyéndolas esa posesión no está garantiza, está a merced del terrateniente vecino, del latifundista en gestación. El ayllu que fué la base de la organización social y religiosa, como hemos visto, se diluye, desaparece dia a dia en esa gran máquina llamada hacienda La hacienda asesina al indio material y espiritualmente; es el tipo de a organización económica destinada a la más odiosa explotación. Si esto es así el Estado no puede amparar a la hacienda, salvo que ofrezca las condiciones de bienestar para los que en ella viven.
La hacienda no es centro propicio para garantir la vitalidad de escuela alguna; en cambio, el ayllu exige como condición Suprema de sus existencia, la escuela social, entronizada, injertada, esta es la palabra, dentro de su organización. Una escuela al margan de los inte eses del ayllu, no erá otra cosa que una pobre escuela a cargo de uno de esas tantas maestritas anémicas de cuerpo y espíritu complacidas en martirizar la vida de los niños. No, la escuela social, la que va a trasformar profundamente la actual condición del indio, ha de tomar en sus manos la vida íntegra del grupo social, manejando intereses de todo orden, dirigiendo actividades de toda naturaleza. Su misión tradicional de enseñar a leer y escribir ocupará un plano inferior a todo aquello que el ayllu ha menester. Qué valor, ni qué importancia podrá tener un silabario y un catecismo frente a una Escuela que va a colaborar en la solución ile problemas tales como el de la higienización, el del ahorro, el del trabajo, el de la defensa y provisión sociales, el del mejoramiento de las tierras y del ganado, el de la industria, el de la cultura, el del esparcimiento mismo?
Natural es suponer que una Escuela con proyecciones tan vastas requiere un magisterio preparado para cumplir misión de tanta trascendencia. Se habla de maestros especiales para indios, es decir de pobres gentes reclutadas y preparadas para las minucias de una profesión, sin pensar que el magisterio es un verdadero apostolado accesible sólo a espíritus capaces de llevar una vida en permanente tensión. Este es el verdadero apostolado, el cual ha de ejercitarse dentro de la máxima libertad. Aquel otro apostolado que exige la obediencia y la sumisión a los amos y el respeto a los intereses creados, es inaceptable para la misión de educar. Un educador convertido en paria no puede educar sino esclavos. Sólo los que sienten la fruición de la libertad son capaces de misión tan grande.
Tal es, en síntesis, la obra que el Perú tiene por delante como la más urgente de ponerse a la práctica. Mariátegui muere en momentos en que su valiosa dirección adquiría la contextura de una doctrina.
Rendir homenaje a un hombre como Mariátegui, no es llorar sobre su tumba, ni prodigarle ritos arcaicos, sino seguir la ruta trazada por él.
Los maestros del Perú le debemos el ejemplo de un máximo esfuerzo ideológico, realizado en condiciones excepcionales: