Amauta 55 liza entre el follaje matinal de los arbolillos y otras choca en los duros abanicos donde las sales deslíen lívidos colores que anuncian el misterio y el azar. Las gorgonias abren encajes de espuma al paso de la barca, las madréporas se rizan de nieve entre aguas borrachas de ajenjo y de alcohol, y la pluma de mar tiende pabellones de rosa en un afán de caricias y una ficción de victorias. La carabela se desliza fina y grácil en el fondo del mar grotesco, donde los pecesillos nadan en traje de encajes y la sternoptyx diáfana sufre el sonrojo de los policías que encienden linternitas de fósforo.
La carabela tiene mucho de barco antiguo, de aquellos barcos que eran con dragones pintados en la proa y un alarde de velas y de cables donde arreciaba el viento. Sus lonas están llenas de tatuajes: estrellas bordadas por las aguas alegres en el Golfo del Silencio.
Por sus ropajes, por sus tres órdenes de velas, por las banderolas que aletean en las cuerdas, la carabela es como un juguete de la China, un juguete de laca para los mandarines del fondo del mar.
Pero en el fondo del mar hay tempestades. Thelma Wood las narra sobre la imagen de la carabela que zozobra. Este dibujo suyo, lleno de anécdota y de gracia, muestra el pavor de los peces que se refugian en cuevas de coral o entre la cabellera trasparente de los hi droides. Hay peces que gritan, y que parecen el grito de una bandera porque detrás de sus bocas desmesuradas sus cuerpos no son sino una cinta de vaso que se depliega. la carabela del casco ondulante se quiebra en la punta de los mástiles, se afloja en los cables, se rasga en las velas y desfallece entre as corrientes paralelas del mar, que la artista describe con cinco o seis líneas paralelas, onduladas, levemente teñidas de azul, detrás de las cuales se dibuja la tragedia submarina.
UN ELOGIO LA SENORA DE LAS GIRAFAS Por sus caballos antiguos, por sus bueyes de cabellera fértil por su flora de elefantes, por sus carabelas submarinas, por sus orquideas que se abren entre las manos peludas, entre las manos de araña de los hombres, por los insectos fabulosos de toda su obra, pero sobre todo por sus girafas soñadoras, por sus girafas de ojos melancólicos, por sus girafas de una dulce ternura fraternal, hay que elogiar, a Thelma Wood. Ella es uno de los artistas ignorados de la calle 57, de los ar. tistas que viene a buscar usted a Nueva York, y que en Nueva York no encuentra, porque son los artistas escondidos en la calle del misterio.
Calle 57 que poblamos nosotros, usted y yo, de avisos eléctricos: El misterio de la calle 57. Las leyendas de una muchacha que vivió en el Africa. La gran pradera de los elefantes. Escenas de un naufragio en el fondo del mar. La señora de las girafas. Carteles para la feria de la alegría, de la alegría diminuta y escondida que juega con cuentas de vidrio en los rincones secretos del espíritu.